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Crónicas de la Justicia

Hábitat y justicia

Desalojar al juez

En las primeras audiencias del proceso que puede destituir a Luis Arias, ya declararon los policías que encabezaron los desalojos en Gorina y Abasto, mientras que las víctimas lo harán el lunes. Anteponiendo el derecho a la vivienda, en 2010 y 2015 el juez ordenó frenar esos operativos y se enfrentó así a la justicia penal. Un periodista de Perycia contó el primero de esos desalojos en una crónica publicada por La Pulseada. La rescatamos del archivo junto a las fotos que el Colectivo SADO registró en el camino de recuperación de tierras en Abasto.

Por: Javier Sahade
Foto: Sado y archivo La Pulseada
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La conquista de Gorina

Por Javier Sahade (Publicada originalmente en La Pulseada Nº 81, julio de 2010) 
Fotos SADO, colectivo fotográfico (Abasto, mayo de 2015) 

El sol del mediodía ya casi terminó su trabajo mañanero y secó el rocío. Los pájaros cantan de copa en copa en los montes de eucaliptos. Ladra un perro fatigado y un gallo parece responder. A unos 20 minutos del centro de La Plata, Gorina se disfraza de campo. Por una esquina, un jardinero termina de podar la ligustrina que le da intimidad a la piscina y rumbea con una carretilla. Atraviesa la hojarasca de los pintorescos ginkgos sobre el césped recién cortado y cruza la calle. Enfrente de la casa del juez Federico Atencio, su jardinero apila las ramas. Pocos días antes, no hubiese tenido lugar porque ahí estaba la casita de Ana María y Francisco.

“Llegamos desde Goya, Corrientes, en el ‘83. Primero hicimos una casita de barro. Bueno, acá le dicen de adobe, pero yo le digo de barro. Donde yo vivía, los ranchos eran todos de barro. Primero hay que hacer una empalizada y después se rellena con barro. Acá hice así. Tenía dos piezas de barro, pero después, cuando conseguí chapas, construí de madera”, cuenta Francisco. En Corrientes se dedicaba a la construcción y durante un tiempo también “vendía helados en verano y en invierno juntaba botellas”, recuerda. Después se quedó sin laburo y se vino a La Plata. Con Ana María tienen 10 hijos, cinco mujeres y cinco varones. Además, ella tiene otros dos de una pareja anterior.

“A lo primero, cuando llegué, me dediqué a la construcción. Después volví a quedarme sin laburo y ahí me dediqué a la cartonería. Hace como diez años. Con eso vivo, con eso me mantengo. Con el carro ese que está ahí”. Francisco señala un viejo carro, ancho, todavía con cartones que juntó por la mañana. Alguna vez supo tener un caballo que ayudaba a tirar la carga.

– ¿Cuánto cuesta comprar un caballo?

– Uhhh, más de 2000 pesos.

– ¿Y cuánto sacas en un día con el carro?

– 30 o 40 pesos.

“Cuando llegamos acá no había nada, nada. Era todo campo –dice Ana María–. Eso fue hace casi 30 años. La mayoría de los chicos ya habían nacido. Algunos ya son casados y viven en Corrientes. Tengo nietos, todo. Como 20 nietos, tengo”.

La Pulseada habla con Ana María y Francisco en un lugar que no es el que eligieron cuando llegaron de Goya. Ya no queda nada de esa casa que primero fue de barro y después de madera y chapa. Hoy viven apretados en el patio de la casa de uno de sus hijos. Allí, entre gallinas y perros inquietos y a pocos metros de donde fueron desalojados, construyeron en pocas horas una nueva casita con rejuntes de maderas y chapas. “Es duro, muy triste. Él nació y se crió allá enfrente. Todavía me pregunta cuándo vamos a volver y la verdad es que me encantaría”, dice Ana María mientras le cose el bolsillo del guardapolvo a uno de sus hijos. “Cada vez que salgo a la mañana miro para donde estaba el rancho y me quedo así… Mirando. Me dan ganas de llorar”, agrega Francisco.

Ana María y Francisco fueron los primeros en poblar la zona. Casi al mismo tiempo que Gustavo, conocido en el barrio como Vincha, construyeron sus casitas escapando de la exclusión, el desempleo y la falta de oportunidades. Ocurrió antes de que Gorina se transformara en una zona residencial, con casa quintas y lujosos barrios privados. Antes del arribo imperialista del mercado y la especulación inmobiliaria. Decenas de familias llegadas del Conurbano, Corrientes, Chaco y Paraguay, formaron un barrio que llegó a tener más de 50 familias con un centenar de chicos. Las viviendas fueron armadas con los materiales más económicos, maderas, chapas y cartones, sobre un abandonado terreno del ferrocarril, propiedad del Estado bonaerense, en la calle 141 entre 475 y 485, por donde en algún momento pasó el tren.

De a poco, Ana María, Francisco y el Vincha comenzaron a sumar vecinos. Desde un pueblito de Misiones llamado Puerto Rico, llegó Lorena con su pareja. Ambos tenían trabajo, ella como empleada de comercio y él como obrero de la construcción, pero decidieron abandonar todo para viajar a La Plata y poder operar a su hija de un grave problema de cadera. De Florencio Varela vino José María. Armó su casa “fuerte y resistente” con palos de luz como esquineros, porque confiesa que le tiene miedo al viento. Su idea era poner un depósito para comprar cartones a los cartoneros, pero terminó comprando un carro con caballo que todavía lo está pagando. José María cobra una pensión y su mujer, Norma, vende ropa usada. Con ellos vive una de sus hijas, Romina. Tiene 17 años y ya es mamá. La conocimos levantándose una camiseta de la selección con el nombre de Messi, para darle el pecho a Jazmín, de 4 meses.

Justina tiene 37 y junto a su marido, llegaron de Paraguay sin saber dónde vivir. Antes de encontrar un lugarcito en Gorina, pasaron algunas noches con sus tres hijos en una obra en construcción en la que él trabajaba. María del Rosario y Ariel también llegaron del mismo país. Hablamos con ellos en la habitación de un hotel a donde los llevaron después del desalojo del 30 de abril. Uno de sus hijos, Alexander, seguía enojado con su papá. “Lo culpa por no tener casa –cuenta María del Rosario-. Él vio todo, cuando su papá estaba en el techo sacando las chapas para salvar lo poco que teníamos, pero Ale le dijo a la señorita en el jardín que su papá lo dejó sin casita y la maestra se puso a llorar”.

Romper sueños a mazazos

“Ya está. Te dije que lo íbamos a terminar antes de la medianoche”. Cerca de las 22 horas, el fiscal Fernando Cartasegna se comunicó triunfante con el juez César Melazo. Poco antes se había hecho presente en el lugar del operativo para ver el final del trabajo. En el piso quedaban maderas rotas, chapas, algunos colchones, juguetes, plantas, alambrados, inútiles tranqueras, pedazos de ropas y algunos perros desorientados. En un rincón, hombres sin techo se preparaban para pasar la noche junto a lo poco que les quedaba. Muy cerca, un grupo de policías juntaba maderas, que poco antes eran paredes, para prenderlas fuego y hacer un asado.

El desalojo en Gorina se inició a primeras horas del 30 de abril y terminó entrada la noche. Estuvo bien planeado. Llegaron por sorpresa, sin notificación, antes del feriado del 1 de mayo cuando no salen los diarios y el último día del turno del juzgado de Melazo. Decenas de policías, algunos de civil, arribaron al lugar cuando la mayoría de los hombres se había ido a trabajar. “Parecía un ejército de hormigas”, cuenta Norma. Tenían mazas, machetes, hachas y motosierras. Algunas de las casas fueron derribadas con gente adentro. “Yo me desmayé por un ataque de presión y me pasaron por arriba. Cuando me desperté, quise agarrar mis cigarrillos y los policías me los habían robado del bolsillo. Hasta eso, es el colmo”, relata José María.

“A mi hija le preguntaban con quién dormía y qué se yo. En un desalojo, ¿qué le tienen que preguntar con quién duerme?”, se queja Ana María. “A mi hijo –agrega Francisco- le sacaron unos pajaritos que tenía y se los tiraron. No les importó nada. Yo ese día tenía que entregar una mercadería, pero la Policía no dejaba pasar al camión que venía a buscar los cartones”. “Yo me fui llorando –recuerda Ana– a decirles que lo único que teníamos eran esas cosas. Le dije al comisario que nosotros no teníamos nada ni para comer ni a dónde irnos. Le pedí que por favor deje entrar al camión para que se lleve las cosas”. No escucharon a nadie. El camión se tuvo que ir. “A mí no me dolía tanto por la mercadería. Lo que más me dolía era que nos sacaran. Eso era lo que más sentía porque por ahí caminaron todos mis hijos”, se lamenta Francisco.

La saña, brutalidad y violencia con la que actuó la Policía fue denunciada ante la Justicia por un funcionario del Ministerio de Infraestructura bonaerense que estaba presente en el lugar y por la Central de Trabajadores de Argentina (CTA). Esa misma mañana, los abogados de la central obrera y el Foro por los Derechos de la Niñez, intentaron frenar el desalojo a través de una medida cautelar. Querían hacer valer un convenio firmado con el Estado bonaerense, dueño de los terrenos, donde se autorizaba a las familias a permanecer en el lugar hasta septiembre. El juez en lo Contencioso Administrativo Luis Federico Arias, les dio la razón y se hizo presente en el lugar con una orden para frenar el desalojo:

ABASTO, 2015 – FOTO: SADO

-Su intervención sobre el predio ha cesado con esta orden judicial, le dijo Arias al comisario.

-No me voy a retirar de acá y el personal mío tampoco se va a retirar, contestó el jefe del operativo.

-Usted se hace responsable.

-Me hago totalmente responsable, para eso estoy a cargo del operativo, soy el comisario Juan Alberto Neiver, jefe del distrito Norte.

-La orden mía es que usted se retire.

-No me retiro, doctor.

-Usted tiene que acatar la orden judicial.

-Bueno, la desacato, entonces.

El increíble diálogo, registrado en un video y subido a Internet (en youtube: “justicia feudal”), demuestra la impunidad de lo ocurrido ese 30 de abril. Detrás del desalojo, había poderosos intereses a los que poco les importó que mujeres embarazadas, niños, niñas y personas discapacitadas vieran caer su vida a mazazos.

El barrio de los jueces

La historia del desalojo y la lucha de las familias en defensa de sus hogares, se inició hace 4 años. El 14 de junio del 2006, mientras se disputaba el Mundial de Alemania, un grupo de vecinos presentó una denuncia por “usurpación” donde alegaban “desvalorización de sus terrenos lindantes”, supuestos hechos de inseguridad, problemas ambientales y hasta “peleas entre perros”. La acusación no la hacía el Estado bonaerense, dueño de las tierras, sino algunos propietarios de casas residenciales junto al administrador del Grand Bell, un lujoso barrio privado con entrada principal sobre la calle 11 de City Bell, pero cuya parte trasera se encuentra pegada a las casitas desalojadas. El Grand Bell también ocupa parte de los terrenos fiscales e increíblemente, su alambrado perimetral está levantado con durmientes de las vías.

A partir de esa denuncia, se inició una persecución judicial que incluyó cuatro intentos de desalojo, todos frenados por los abogados de la CTA que patrocinan a las familias. En una oportunidad, se llegó a hacer una vigilia durante toda la noche con una amenazante presencia policial. “Un día nos llegó un papel de la Justicia y me puse a desarmar mi rancho –cuenta Francisco-; me caí de arriba del techo y me corté la pata. Casi me muero de un infarto. Era de noche y la Policía nos había cortado las luces. En plena navidad y año nuevo, nosotros pasamos con vela, sin música ni nada”. En otro de esos momentos de tensión, Lorena tenía a su hija enyesada en casi todo su cuerpo porque después de muchos años y de un desesperado viaje desde Misiones, se había podido operar de la cadera.

Las primeras órdenes de desalojo, la dispuso el juez de Garantías, Federico Atencio, pero en noviembre de 2008 debió excusarse de seguir interviniendo. “Se ve que dos años y medio después de la denuncia y de dos órdenes de desalojo, se acordó que era vecino de la zona”, dice el abogado de la CTA, Marcelo Ponce Núñez. El Dr. Atencio vive enfrente del asentamiento. Su casa está en una esquina, rodeada de coquetos ginkgos y una prolija ligustrina que intenta ocultar la piscina. A unos pocos metros de la puerta de entrada, separado por una calle de tierra (la 141), están las ruinas de un barrio destruido. Ahí vivían sus vecinos de enfrente. Atencio los conocía a casi todos. Solía contratarlos para hacer algún trabajo en la casa y hasta les prestaba agua. En un rincón de la ligustrina, hay una canilla y varias veces permitió que sus ex vecinos colocaran una manguera para abastecerse de agua potable.

Excusado Atencio, la causa pasó a manos de César Melazo, un amigo con quien suele juntarse a comer asados. Algunas personas cuentan que hace varios meses, durante uno de los frustrados intentos de desalojo, ambos jueces de garantías, subidos a un cuatriciclo, pasaron por donde se encontraban los militantes de la CTA junto a varias familias.

Melazo también es de la zona. A pocas cuadras de la casa de su colega, compró un terreno donde hizo colocar ocho enormes y pintorescas palmeras. Fueron algunos vecinos desalojados quienes hicieron el trabajo.

En agosto del año pasado, después de largas negociaciones, se firmó un importante convenio que dejaba tranquilas a las familias del asentamiento por lo menos durante unos meses. La Provincia de Buenos Aires, a través del Ministerio de Infraestructura, firmó un convenio por el que autorizaba la permanencia en el terreno hasta septiembre de este año.

“El desalojo –explica la CTA en una solicitada publicada en diferentes diarios a pocos días de los hechos- es ordenado por un juez por el supuesto delito de ‘usurpación’. Sin embargo, hay familias desalojadas que viven allí hace más de 20 años. Esta situación está legalmente contemplada como ‘derecho de propiedad vía usucapión’, figura que comprueba que no hay delito alguno. Para el resto de las familias afectadas (aquellas que habitan hace menos de 20 años) debiera haberse tenido en cuenta disposiciones del Código Civil que prescriben o imposibilitan acciones como el desalojo para recuperar tierras luego de un año de posesión de las mismas por parte de estas familias, debiendo recurrirse a acciones reivindicatorias, y no a medidas cautelares dadas fuera de tiempo y sin urgencias a la vista”.

“Del otro lado de la vía -agrega la solicitada-, los terrenos propiedad de Ferrobaires (perteneciente al Ministerio de Infraestructura), son ocupados actualmente por el country Grand Bell, inclusive su alambrado se ha construido con los rieles de las vías y contenciones con sus durmientes. El uso de los bienes del Estado Provincial están a la vista de jueces y fiscales que no han hecho absolutamente nada ante el hecho”.

¿Por qué no hicieron nada? ¿Hay “jueces y fiscales” que han podido ver ese delito del Grand Bell? La zona en cuestión es conocida como “el barrio de los jueces”. No sólo por la casa de Atencio y los terrenos de Melazo; también vive a pocos metros el Juez federal Manuel Blanco y varios funcionarios judiciales que eligen un lugar con montes de eucaliptos y aire de campo para estar cerca del centro platense. Suelen esquivar carros de cartoneros para tomar la avenida 138, acceso más sencillo para encaminarse hasta tribunales.

Desde hace algunos años, Gorina fue elegida para millonarios negocios inmobiliarios. Cerca del Grand Bell están los countries San Facundo y San Joaquín. Además, el futbolista Juan Sebastián Verón está construyendo el suyo, Lomas de City Bell, a través de una sociedad anónima a nombre de su esposa, Florencia Vinaccia.

¿Por qué se produjo en ese momento el operativo de desalojo? Una semana antes, el Grand Bell había comenzado las obras para lograr un acceso alternativo por Gorina, donde ahora no estorba nadie. Además, dos días antes del 30 de abril, el Concejo Deliberante de La Plata había aprobado el nuevo Código de Ordenamiento Urbano (La Pulseada Nº 80) que favorece el negocio inmobiliario en la región.

Nuevo barrio

La noche del 30 de abril, la mayoría de los vecinos desalojados durmieron en la Escuela 92. Otros se quedaron a cuidar sus cosas a la intemperie y el resto se fue a casas de amigos o familiares. Para los días siguientes, la Central de Trabajadores de Argentina y su Foro por los Derechos de la Niñez, la Adolescencia y la Juventud, consiguió que la Provincia pague hoteles hasta lograr una solución a la falta de vivienda. Decenas de familias tuvieron que alojarse en habitaciones de hoteles del centro de la ciudad, sin nada, lejos de sus lugares de trabajo, lejos del jardín y la escuela de los chicos. Esta nota comenzó con esa incertidumbre, pero termina con buenas noticias. En la localidad de Romero, en un terreno lindante con el Hospital neuropsiquiátrico, los vecinos que fueron violenta e ilegalmente corridos, ya están construyendo un nuevo barrio. “Se planea hacer un proceso de urbanización para que haya luz, agua potable, cloacas, gas. Un barrio con todos los servicios”, explica el secretario general de la CTA regional La Plata, Carlos Leavi. La central obrera es la única organización que trabaja con las familias desde que comenzó la persecución judicial. Una de las militantes del Foro, Emilia Preux, vive en Gorina. Los vecinos le dicen “la asistente social” porque suele pasar día y noche con ellos, tomando mate, conteniendo, tratando de solucionar emergencias. Cuando escribimos estas líneas, Emilia acompaña a unas 20 familias que ya se fueron a vivir en casas prefabricadas al predio cedido por el Ministerio de Infraestructura en Romero. Ubicaron las viviendas con la misma disposición que tenían en Gorina, con la idea de mantener las relaciones de vecindad. Ana María y Francisco decidieron quedarse en el viejo barrio. “No nos podemos ir –dice Francisco–. Acá ya tengo un recorrido: vos preguntas por el hombre que tiene el carro grande y ya me conocen. Me ven pasar y ya están sacando los cartones a la calle.” “Además por los chicos agrega Ana María-, porque nos queda cerca la escuela, allá en Romero no sabemos cómo es el tema de la escuela”.

ABASTO, 2015 – FOTO: SADO

El derecho de los pobres

“La constitución de la Provincia de Buenos Aires prevé que el Estado garantice a todos los ciudadanos el acceso a una vivienda digna –recuerda Ponce Núñez–. Asimismo, el Pacto de Derechos Civiles Culturales y Económicos firmado por la Argentina, afianza aún más la cuestión cuando a través de opiniones consultivas del organismo de interpretación señala que ‘queda prohibido a los Estados partes proceder al desalojo de personas si no se tiene previsto su ubicación en lugares dignos y adecuados. Evidentemente, los efectores del poder a los que poco les importan la ley y menos aún la justicia, vienen logrando que los habitantes de aquel asentamiento de Gorina sepan lo que significa en realidad ser pobres. No es solamente no tener para sus necesidades básicas, carecer de buena alimentación, de vivienda digna, de educación para sus hijos, de obra social, de posibilidad de esparcimiento y vacaciones. Ser pobre, además, es no ser persona. Carecer de acceso a la Justicia, como valor y como poder, es no ser. Los pobres apenas tienen derecho a sobrevivir”.

“Nos quieren como empleados domésticos, pero no como vecinos”, puntualiza Lorena.

Francisco y Ana María, en su casilla armada en un sólo día en el patio de uno de sus hijos, se ponen nerviosos y contienen las lágrimas. “Lo que nosotros soñamos es tener una buena casa, vivir bien y no andar de un lado al otro con los chicos. Algún día me tengo que morir y por lo menos que les quede algo a las criaturas para que no les digan ‘bueno, este es mi terreno, andate’”, dice Ana María. “Sufrimos un montón. Yo hasta hoy tengo una angustia por dentro… Nada más que a veces no demostramos por los chicos, porque ellos también sufren”. “Tratamos de sofocar lo más que podemos –agrega Francisco-. Si nosotros nos arruinamos, se van a arruinar ellos también y así va a ser peor para nosotros. Yo sigo adelante. Pero por ahí, cuando me voy con el carro para allá, donde estaba el rancho, pienso y lloro… Pero tengo que seguir”. Ana escucha, lo mira, redobla el esfuerzo para no llorar y continúa cosiendo el bolsillo del guardapolvo.

Son cerca de las 3. El jardinero sigue tirando la basura.

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Tapa de La Pulseada 81, julio de 2010. Foto Luis Ferraris
Camino a la escuela

Fernando tiene unos 13 o 14 años. El 30 de abril, se levantó temprano para ir a la escuela. Cuando se iba vio la llegada de la Policía. No quiso mirar atrás y siguió. Un rato después, ya en el colegio, le contaron lo que pasaba. Cuando La Pulseada visitó Gorina, Fernando nos acercó una hoja de cuaderno donde escribió lo que siente un chico, al quedarse sin alma. Además, pidió prestada la cámara de fotos de Luis y nos mostró cómo es hoy, el lugar donde creció.

El día que se me fue la felicidad 

Ese día hiba a ser como todos los días. Esa mañana me hiba camino a mi escuela, sin saber el peligro que asechaba era un peligro muy triste. Una noticia que me mató el alma. Quedó vasía sin saber lo que pasaba. Me senté y cuando meno lo esperaba, me lo dijeron. Me quise morir, salir corriendo y olvidarme de todo para siempre y cuando vi todo eso me quería matar y no vivir nunca más. Ver todas esas personas saliendo sin saber a donde ir dejando su lugar a donde vivían, me causo tanto dolor que lloraba por todos los rincones que encontraba por cualquier lado. Bueno, así fue todo, muy triste. Fue en ese momento…” Un lugar desconocido “Ese día, cuando me fui de mi lugar a donde crecí, me fui a un lugar a donde conosí por unos días y después nos fuimos a un lugar que no puedo vivir. Siento que este es mi lugar. (…) Siempre le pido a Dios que me cumpla el milagro que le pido y se que un día me va a escuchar y un día voy a volver a ese lugar.”

ABASTO, 2015 – FOTO: SADO