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Arte y Justicia

Las cosas del mundo ensucian

Este martes, en la Sala Auditorio del Pasaje Dardo Rocha y a las 18.30, se presenta el libro «El último cruzado. Monseñor Aguer, intimidades e intrigas de la iglesia argentina». Escrito por Pablo Morosi y Andrés Lavaselli, los autores dieron a Perycia el adelanto exclusivo de un fragmento. Allí se cuenta una trama de corrupción que involucra a Aguer con el ex Banco Crédito Provincial de La Plata.

Foto: Gonzalo Mainoldi 
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La imagen que mostraba a Aguer asido a un maletín frente a los tribunales de La Plata junto a la ostentosa camioneta 4×4 dispuesto a favorecer al banquero Francisco Javier Trusso, condenado por estafar de miles de ahorristas del Banco Crédito Provincial -regentado por su familia-, que había vivido casi seis años prófugo de la Justicia recorrió el mundo entero causando asombro e indignación

Con ese acto, el prelado descorrió el velo que cubre el altísimo nivel de compromiso entre un amplio sector de la jerarquía eclesiástica y el poder económico; una forma de relación que había alcanzado su pináculo durante la década menemista, bajo la primacía de Quarracino.

No hubo que esperar demasiado para descubrir el efecto que había causado su paso por el juzgado. El título de Clarín, el diario de mayor circulación en el país, fue “Trusso: un arzobispo pagó la fianza”, acompañado por una bajada en la que se indicaba que “monseñor Aguer, titular del Arzobispado de La Plata, comprometió un millón de pesos por la excarcelación”.

En los medios de La Plata se registró una curiosa disparidad de criterios en el tratamiento del tema. Mientras el diario Hoy en la Noticia desplegó la información desde la tapa señalando la participación de Aguer -al que incluso mostró fotográficamente en su paso por tribunales- para destrabar la liberación de Trusso, su competidor, El Día, disimuló ese protagonismo. No fue algo azaroso ni involuntario, sino que se debió a una orden precisa de la dirección de “cuidar la imagen” del prelado, según revelaron fuentes de la redacción del matutino con capacidad de decisión sobre lo editado.

Lo cierto es que aquella mañana en que el nombre del arzobispo platense apareció en las noticias y ganó el aire de todas las radios, la casilla de correos oficial de la arquidiócesis se llenó de mensajes y ninguno era de felicitaciones. Las llamadas a la curia saturaron la línea. Los sacerdotes del clero platense fueron carne de cañon de una reacción inmediata de una feligresía perpleja que acababa en la pregunta: ¿Por qué lo hizo?

Después de leer los diarios y hacer unos llamados en los que sopesó las primeras repercusiones de su acción, Aguer estimó que las precisiones que había resignado a la salida del juzgado debían ser dadas, aunque no ya a través del púlpito sino mediante la difusión de un comunicado oficial de la arquidiócesis que imposibilitara incómodas repreguntas.

En aquella gacetilla con membrete de la curia se volvió a remarcar que la decisión de salir de fiador de Trusso no era personal, sino que se trataba de una determinación de carácter institucional. Desde la Secretaría General del Arzobispado de La Plata se indicó que «la intervención de monseñor Héctor Aguer como fiador personal se solicitó por motivo de su alta autoridad moral», con lo que se desestimó que la participación del prelado se diera como «amigo» del banquero. El texto, distribuido a los medios por la agencia AICA, también aclaró que el “aval no implica, de ninguna manera, juzgar acerca de los delitos cometidos» y que «no se pagó ni un millón de pesos, como se dijo, ni suma alguna», en alusión a la publicación en varios medios que el propio comunicado juzgó como maliciosa. Finalmente, se indicó que la garantía «tiene por fin asegurar que Trusso se presentará a la justicia cuantas veces sea requerido hasta que acabe de cumplir la pena que le fue impuesta» y aclaró que «el señor arzobispo concedió el aval que le fue solicitado para que pudiera cumplirse la decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que ordenó la excarcelación».

Así, definió la línea argumental sobre la que debía correr la excusa pública de lo ocurrido: se trató de un auxilio misericordioso a un miembro destacado de la comunidad católica que había caído en desgracia y cuya libertad había sido ordenada por el máximo tribunal de la Nación. Sin embargo, ese libreto, distribuido selectiva y reservadamente entre algunos miembros de la diócesis, no conformó a casi nadie.

En un artículo en Página/12, el medio que mayor despliegue dio al asunto, Martín Granovsky consideró que “Aguer, aclaró ayer algo que estaba claro y dejó oscuro algo que estaba oscuro”. El periodista y editor puso de relieve el estilo impersonal en que estaba escrito el comunicado y advirtió que las explicaciones del arzobispado no contemplaron los motivos que lo habían impulsado a otorgar el aval. En su cobertura sobre el hecho el matutino porteño incluyó una breve entrevista con Caselli, a quien presentó como “el político más cercano a Aguer”. En esa nota el ex embajador dijo tener con el arzobispo platense “una relación personal de afecto y de coincidencias” y lo calificó como “una de las mentes más preclaras con que cuenta el episcopado argentino” y, siguiendo el guión acordado consideró su intervención como “loable” y guiada por el interés de “dar cumplimiento a un fallo judicial”.

Era domingo, habían pasado apenas cuarenta y ocho horas de su incursión en los tribunales y en La Plata no se hablaba de otra cosa. Las hipótesis que circulaban con más fuerza sobre los motivos de aquella acción oscilaban entre una devolución de favores y la búsqueda de una recompensa que le permitiera ascender en la escala jerárquica de la Iglesia.

Aguer acababa de presidir el oficio religioso en la Catedral como cada domingo, como si nada de lo que inundaba la cabeza de los platenses alrededor de su figura hubiera sucedido. Sin embargo, al cabo de la ceremonia, cuando, como es costumbre, acompañó la salida de los fieles una figura emergió de entre las sonrisas amables que lo rodeaban.

– ¿Perdón Monseñor, puedo molestarlo un minuto? – inquirió el hombre.

– Si, si, por supuesto

– Mire, yo soy de familia católica, practico la religión y he venido a la catedral toda mi vida y, la verdad, no sé cómo explicarle a mis hijos lo que usted ha hecho con este señor Trusso…

– Ah… Bueno, estas son cosas que como ya he dicho responden a decisiones que me exceden y que tienen un cariz institucional pero que no se pueden hablar en la vereda. No hay nada raro, es una acción misericordiosa con un cristiano que se ha equivocado. Sólo eso. Los medios de comunicación, obviamente, han magnificado esto.

– Pero, padre, discúlpeme el atrevimiento, pero se trata de un estafador consumado. A mi primo le quedaron adentro de ese banco todos ahorros de su vida y él también es un cristiano, y de los buenos.

– Lo lamento por su primo pero yo ya le he dicho lo que usted quería saber. Hay veces que los obispos tenemos que hacer cosas con las que no estamos del todo de acuerdo-, lo cortó Aguer y en un giro sobre su eje buscó refugio al interior de la basílica.

Ante un escenario de escándalo creciente, en la emisión del programa «Claves para un mundo mejor» del sábado 29 de noviembre Aguer consideró que era necesario renovar las explicaciones. «Nosotros, los obispos, muchas veces tenemos que hacer cosas que no podemos explicar cabalmente, no podemos dar ciertas explicaciones por razón de nuestro mismo ministerio y de la reserva que merece» apuntó, con lo que pareció confirmar una interpretación circulante entre sacerdotes y laicos que atribuyeron tanto la actitud del arzobispo platense como las gestiones reservadas que se hicieron previamente ante magistrados de la Corte Suprema para que concediera la excarcelación a demandas procedentes del Vaticano. En aquella alocución se refirió a los valores de la justicia y la esperanza e invitó a ponerse bajo la «mirada judicial de Cristo, un Señor de misericordia». Habló de la justicia humana “tantas veces denegada” y “contaminada con la venganza”; y añadió: «Debemos pensar cada día en que cada una de nuestras acciones pasarán por el juicio de Dios y nos confiamos humildemente a ese tribunal de misericordia, sobre todo cuando tenemos que afrontar situaciones difíciles o cuando somos objeto de la incomprensión o la crítica, o cuando nos damos cuenta de nuestra propia fragilidad y de nuestra miseria».

Casi en simultáneo, un centenar de sacerdotes de distintas diócesis de todo el país le achacaron haber exhibido “impúdicamente a una Iglesia cercana al poder y lejos de los pobres». Lo criticaron por haber sido «garante de la fianza de un condenado, causante de víctimas fruto de un sistema perverso» y reprocharon “que el arzobispo no dé testimonio de una Iglesia de los pobres sino que se manifieste claramente aliado a la corrupción y al poder financiero» y “que no haya sido garante de tantos hermanos que padecen hambre y la desocupación».

«Repudiamos que en tiempos de tanta crisis económica y social, donde tantos hermanos nuestros padecen el hambre y la desocupación, el Arzobispo no haya sido garante de esos, sus hermanos, los predilectos de Jesús, para rescatarlos de su situación», se quejaron los párrocos en un extenso comunicado titulado «No es la Iglesia (otra vez)» en el que advirtieron sobre «el escándalo provocado, en las comunidades a las que pertenecemos, por el accionar del arzobispo de La Plata».

Los curas lamentaron, además, que «estas situaciones escandalicen a los más pequeños, de quienes debemos ser garantes y cuidadores de su fe» y que el arzobispo «no opte preferencialmente por los pobres, poniendo preferentemente ese dinero que afirma poseer, en beneficio de las víctimas de un modelo perverso». Asimismo, cuestionaron «la indiferencia ante la realidad que exhibe el señor arzobispo, quien debiera ser pastor dispuesto a dar la vida por su pueblo».

Al hacerse eco de “informaciones que comunican que ciertos personajes de nuestro país y el extranjero -a los que no se citó puntualmente- pudieran estar alentando esta actuación del arzobispo», condenaron toda “falta de transparencia en los manejos económicos de la jerarquía eclesiástica, y especialmente a todo lo que nos separe del hijo del hombre que no tiene dónde reclinar la cabeza, del nacido entre los pobres, que anuncia que de ellos es el reino de Dios y que nos invita, siguiendo a Juan Pablo II, a ser Iglesia de los pobres». Finalmente exhortaron al «hermano obispo a la conversión volviendo su mirada y corazón a los pobres de Jesucristo», y pidieron perdón a sus respectivas comunidades por «el escándalo que estos miembros de nuestra Iglesia les ocasionan».

Entre los firmantes, en su mayoría pertenecientes a congregaciones religiosas, aparecen el cura villero Eduardo de la Serna (Quilmes) y el padre Antonio Puigjané, quien estuvo detenido por formar parte de la agrupación que copó el regimiento de La Tablada durante el gobierno del ex presidente Raúl Alfonsín. Para evitar consecuencias desagradables, ningún sacerdote platense firmó aquella solicitada, aunque más de uno hubiera querido hacerlo. En el clero local los que no lo querían hicieron leña del árbol caído, pero, en general, se terminó por adoptar una posición más comprensiva luego de que trascendiera la versión del mandato romano.

El 6 de diciembre La Nación publicó una entrevista con Aguer en la que admitió sentirse incómodo ante la opinión pública por su decisión de actuar como fiador. La nota, que llevaba la firma de uno de los principales periodistas eclesiásticos del país, José Ignacio López, reflejaba desde el título la ambigüedad del prelado a la hora de dar explicaciones sobre su conducta que, según se señaló había “provocado severas críticas, desconcierto y perplejidad entre muchos católicos”. Sin acertar a una conclusión López había logrado sonsacarle, apenas, que había “actuado por sugerencias recibidas del Vaticano”.

En el ambiente de la Conferencia Episcopal, donde Aguer nunca dio explicaciones por aquella acción, el asunto era una comidilla urticante. No obstante, la mayor parte de las repercusiones al interior de la Iglesia fueron subterráneas. Nadie quería alimentar un escándalo que se ceñía sobre sus cabezas como un peligroso boomerang.

Apenas habían pasado sólo tres semanas del episodio cuando se llevó a cabo reunión 136 de la comisión permanente de obispos en la sede del barrio porteño de Retiro. Aquel 10 de diciembre el Episcopado, presidido por el arzobispo de Rosario, Eduardo Mirás y bajo la secretaría general de Guillermo Rodríguez Melgarejo, emitió el documento “Democracia: de la juventud a la madurez” en el que no hubo una sola referencia al tema. El texto abordó la celebración de las dos décadas transcurridas desde la recuperación de las instituciones democráticas. En ese marco, se subrayó que el compromiso de la Iglesia con la democracia debía basarse en dar sustento a valores “éticos muy profundos” y que la misión ministerial para contribuir a la madurez del sistema consistía, precisamente, en tareas de “animación espiritual y fortalecimiento ético”.

No todos los obispos estuvieron de acuerdo con que en aquel documento se ignorara una de las noticias más comentadas en el mundo sobre la Iglesia argentina en los últimos años. Para los principales dignatarios de la Iglesia argentina la omisión era también una estrategia de autopreservación y una forma de no asumir lo ocurrido como algo institucional que colisionaba con la línea argumental sostenida por Aguer. Sin embargo, el silencio generó un efecto contrario al deseado y terminó por alimentar las suspicacias sobre la complicidad de los prelados y la institución toda quedó asociada a aquel escándalo, tal como reconocen hoy algunos de los protagonistas de aquel cónclave.

Emilio Jorge Corbiere, autor de Opus Dei. El totalitarismo católico, consideró que Aguer actuó en nombre de un sector de la Iglesia que, sostuvo, “no puede asumir ese rol debido a que no hay unanimidad en la cúpula eclesiástica actual”, estimó. Para Corbiere “Aguer es una figura controvertida en el episcopado argentino, que expresa, en un confuso populismo captando algunos segmentos de la derecha peronista e ideas ultraconservadoras, el pensamiento más reaccionario de la Iglesia”.

La fianza de Aguer a Trusso fue un acto de obediencia extrema a una autoridad superior de la Iglesia. “Ex auctoritate superiori”, dice Aguer, que intenta escudarse en el latín para evadir precisiones. En una de las entrevistas para este libro aseguró que recibió el pedido de intervenir por la liberación de Trusso desde la nunciatura. En tanto, todas las fuentes consultadas en Argentina y el Vaticano, indicaron que se trató de un encargo en forma directa y personal del cardenal Sandri, que transmitió una orden emanada de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, conducida por Sodano, el hombre con mayor ascendiente en el entorno del Papa Juan Pablo II. El motivo: El banco administrado por la familia Trusso manejaba capitales de dignatarios tanto de la Iglesia argentina como de la curia romana. Y Trusso era la única llave para permitir la recuperación de esos valores.

En el ámbito eclesiástico y en el político hay quienes sostienen que el primer planteo para liberar a Trusso desde el Vaticano fue recibido por Bergoglio y que éste se habría negado. Otras versiones indican que el ahora papa no fue siquiera consultado ya que de antemano se sabía que no accedería a la solicitud. También se señala insistentemente el hecho de que aquella participación de Aguer haya respondido a una cuestión de jurisdicción ya que era obispo en el lugar donde se ventilaba la causa judicial.

El abogado Fernando Burlando reveló que en una primera instancia se habían ofrecido junto con Díaz Cantón como posibles fiadores y que, incluso, habían propuesto como garante al mismísimo Sodano. Pese a que Aguer intenta hoy relativizar su vínculo con los Trusso, el letrado aseguró en declaraciones publicadas en la edición del 29 de noviembre de 2003 de la Revista Noticias que “hay que partir de la base que son amigos personales y cualquiera que pudiese respondería de alguna forma por un amigo caído en desgracia”. En aquella nota, firmada por Gonzalo Sánchez que llevó por título: “Monseñor Aguer. El Obispo millonario”, se lo caracterizó como “uno de los obispos más jóvenes de la Iglesia Argentina, pero también, según dicen, uno de los más sabios”.

En aquellos años Sandri y Sodano, eran los principales aliados de Aguer en el Vaticano junto con Caselli. Ese núcleo que en la política local fue bautizado como “Club de Roma” o “Línea Roma”, robusteció durante años la espalda de Aguer en el frente interno erigiéndolo como uno de sus principales exponentes a este lado del océano, lo que le otorgó una capacidad de juego político que no hubiera conseguido de otro modo por la falta de empatía que irradiaba su figura en el episcopado local.

Con su exposición en los tribunales Aguer fue vehículo de un mensaje explícito y contundente de apoyo y acompañamiento a Trusso remitido desde las más altas esferas de la Santa Sede a las que, al mismo tiempo, el prelado ofreció una ratificación personal de obediencia y correspondencia detrás de la que despuntaba su anhelo por alcanzar el capelo cardenalicio.

Esa acción disciplinada implicó, al mismo tiempo, un desconocimiento a la jerarquía local, formalmente constituida en la CEA. Pero, embarcado en su ambición de progreso personal, no fue el único desaire a sus pares llevado adelante por Aguer que tuvo por fin congraciarse con Sodano.

En el ambiente eclesiástico se mencionan muchas situaciones, algunas imperceptibles que dan cuenta del alineamiento de Aguer con el núcleo Sandri-Sodano-Caselli, pero quizás el episodio más importante en términos institucionales, en ese sentido, se produjo a principios de agosto de 2000 cuando Aguer, que apenas llevaba dos meses oficializado como arzobispo de la curia- cedió las instalaciones de la Catedral platense para la ordenación de 49 sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado, en una ceremonia presidida por el obispo Andrea María Erba de la diócesis italiana de Velletri-Segni.

La congregación ultraconservadora y con rasgos autonómicos de toda jerarquía, había nacido en Mendoza a principios de la década del 80 bajo el amparo del obispo de San Rafael León Kurk fuertemente enfrentada con el Episcopado que había intentado sin suerte primero intervenir la orden y luego expulsarla del país. El IVE era un desprendimiento del desarticulado núcleo tradicionalista del Seminario de Paraná encabezado por Tortolo impulsado por los religiosos ultraconservadores Alberto Ezcurra Uriburu, Ramiro y Alfredo Sáenz y Carlos Miguel Buela, todos viejos conocidos de Aguer quien, en aquel momento, alegó que no había “razones doctrinales para impedir la ceremonia”. Y acotó: “existe una decisión de la Santa Sede para regularizar la situación del Instituto». Aquel episodio quedará en el recuerdo como la ordenación más numerosa realizada en de la Catedral platense en toda su historia a la que asistieron más de dos mil personas. También representa el día en que Aguer empezó a romper amarras entre sus pares del episcopado.

El conflicto entre los obispos argentinos y el IVE no terminó ahí. Cuatro meses después de la polémica ordenación, en diciembre de 2000, el arzobispo de San Juan, Alfonso Delgado, dispuso la clausura de varios establecimientos de formación del IVE en Mendoza pero la medida fue revocada desde el Vaticano, por orden de Sodano, que tenía fuertes lazos con Buela y que había respaldado a Aguer para concretar la ordenación masiva. Otro capítulo de una saga que se extiende hasta nuestros días.

Como muchos dignatarios de la Iglesia, Aguer considera que, detrás del fraude del BCP hubo una maniobra orientada a dañar particularmente a Quarracino al que considera ajeno a todo delito. En cambio duda sobre el papel de Toledo. Además, asegura que hasta hoy nadie de la familia Trusso, sobre la que prefiere no opinar, se comunicó con él para agradecer su gesto. Quizás se deba a que, una vez más, vuelve a fallarle la memoria ya que hasta en su propio entorno recuerdan un almuerzo en Puerto Madero donde al arzobispo y el banquero se habrían reencontrado.

Su tozudez para preservar los enigmas que rodean al caso es admirable que queda de manifiesto en la transcripción textual de un tramo de la entrevista referida al caso Trusso y su intervención, realizada para este libro.

– ¿Por qué lo hizo?

– Para mí ha sido muy doloroso porque yo acababa de llegar a La Plata y conocía muy bien los efectos que había tenido la acción de esta gente. Así que he sufrido mucho a causa de eso. No puedo agregar muchas explicaciones. Yo hice eso ex auctoritate superiori, como se dice en latín. Me costó; vacilé mucho.

– Según el acta de aquel día usted respondió que poseía el millón de pesos que exigía la Justicia en caso de que Trusso se profugara nuevamente. ¿Ese dinero era suyo o de la Iglesia?

– Mio no, yo nunca he tenido un mango.

– ¿Y con qué iba a afrontar el compromiso?

– No puedo decir más que lo que he dicho en su momento y repito aquí que hice eso con mucho dolor ex auctoritate superiori. Cuando uno hace algo ex auctoritate superiori no tiene por qué decirlo. No tiene por qué decir quién lo manda y por qué se lo manda.

– ¿Es decir, que quien le pidió que haga eso también le dio los medios para solventarlo?

– La cuestión es esta: si quieren dilucidar plenamente este asunto, no lo van a dilucidar acá. Porque yo no voy a decir más que lo que puedo decir.

– ¿Esa autoridad superior a la que usted respondió era local o de Roma?

– Las autoridad superior para un obispo es la nunciatura apostólica.

– En algún momento se publicó que era un pedido directo del Vaticano.

– He dicho que no puedo decir más.

– ¿No puede aclarar el punto?

– No.

– ¿No puede o no quiere?

– Es lo mismo. Si eso significa que yo me llevará a la tumba una mancha, no me importa. En ese sentido vale lo mismo no querer o no poder. Yo no lo haré. Lo que he dicho en su momento es lo que digo ahora.

– ¿Y a usted no le interesa que eso se aclare?

– No.

– ¿Dejando de lado su intervención personal. qué opinión le merece esa vinculación de la Iglesia con el mundo financiero?

– La Iglesia, siempre tiene que manejar cosas que la pueden ensuciar. Ha sido siempre así y seguirá siendo. Hay problemas en la Santa Sede. Y sí, a las cosas del mundo ensucian; y el dinero ensucia. Qué sé yo. No sé; el señor nos juzgará.

– ¿Usted dijo que vaciló antes de salir como fiador. Eso significa que tenía alternativa de negarse?

– Claro vacilé. En este sentido; yo podría haber dicho que no. No sé cuáles podrían haber sido las consecuencias. Yo por mi manera de pensar en la Iglesia y de vivir en la Iglesia sufrí mucho porque me daba cuenta de lo que significaba recién llegado a La Plata ese gesto. Pero yo hice lo que me pidieron que hiciera.

– ¿Está arrepentido?

– (Se rie por primera vez en la serie de encuentros) Yo no he tenido por qué confesarme de eso para recibir la absolución de un pecado. Nunca lo entendí así. Ahora, en el valle de Josafat, cuando me encuentre con el señor, no sé qué me dirá. Pero yo no lo llevo como una carga.

– ¿Sintió vergüenza?

– No. Uno está expuesto a muchas cosas.

– ¿Puede ser que esto se incluya en la idea de lo que tiene que hacer un hombre de la Iglesia?

– Tiene que ver con mi relación con Jesucristo. Con mi conciencia de ser sucesor de los apóstoles. Que es una enormidad. Pienso en eso. Claro, ustedes tienen una versión diversa de la cosa y los comprendo. Pero yo en ningún momento me sentí cómplice de un delito. En ningún momento, ¡por favor!

– Bueno pero el beneficiado era un estafador condenado que estuvo prófugo por mas de dos años y que gracias a usted zafó de la cárcel.

– Bueno… Quizá eso sirvió para el salvataje de ciertas dimensiones de la Iglesia. Alguien tiene que pagar la cuenta. Qué sé yo.

– ¿Pensó se iba a beneficiar en su carrera eclesiástica?

– ¡Jamás, jamás de los jamases! ¡Me libre Dios! Porque nunca yo pensé en una carrera eclesiástica. Lo puedo decir con toda libertad. La Iglesia es divina y humana, en ella hay santos y pecadores. A veces los justos pagan por los injustos. A veces algunos están u ocupan lugares que no debieran ocupar. Yo nunca trabajé para ser obispo. Mi inclinación era completamente otra.

-¿Se da cuenta de que el misterio que rodea el episodio, que usted mismo alimenta, da lugar a que alguien pueda pensar eso?

-Sí. Pero yo jamás aspiré a una carrera eclesiástica.

– ¿Cuándo trascendió el desfalco del BCP usted era parte de la conducción del Arzobispado de Buenos Aires, nunca supo de esas operaciones?

– Eso hay que preguntárselo a quien en ese momento era coadjutor, el cardenal Bergoglio.

– ¿Usted no estaba enterado?

– Yo no tenía acceso a esas cuestiones. Nunca tuve acceso a las cuestiones económicas del arzobispado de Buenos Aires. Jamás. En todo caso le podrían preguntar a Toledo, que ha sido el secretario de Quarracino. O a… Bueno, hoy día no le van a preguntar a Bergoglio, porque es el Santo Padre Francisco.

Toledo, Aguer y Bergoglio; tres nombres para una trama de misterio. Tres hombres consagrados al silencio eterno. Uno estuvo preso y zafó de ser condenado; otro ayudó a liberar un multimillonario estafador; el tercero es papa.