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Senegal: tan lejos, tan cerca

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Con una videollamada, Perycia cruzó el mar y llegó a África, cuna de los rostros negros de nuestra economía popular. En medio de otra embestida municipal contra la venta ambulante, Astou, una de las pocas mujeres senegalesas que trabajan en La Plata, nos muestra su pueblo. Fue a visitar a su gente, pero tiene que volver a Argentina contra su voluntad porque la subsistencia familiar y la economía de su país dependen del dinero que ella envía, junto a miles de emigrantes. “Quiero estar acá, estoy feliz en mi tierra”, dice.

Por Julia Molina
Fotos: Matías Adhemar
Publicada 16/10/2018

La cámara del celular conecta a La Plata con Meckhe, una ciudad que queda a dos horas de Dakar, capital de Senegal. Del otro lado del océano, a 7.063 kilómetros, está Astou, una mujer de 41 años que hasta hace unos minutos estaba en la ducha. Ahora se preparó para la cena: ató su pelo negro y lacio en una colita baja, se pintó los labios de rojo y se puso un vestido sin mangas de varios colores.

Luego se calzó y recorrió el patio de la casa donde la esperaba su familia, sentada en las sombras, escondiéndose del fulminante sol de las seis de la tarde. Su madre, su tía, su prima y su marido, hicieron un saludo rápido, virtual y políglota: bonjuor, hello, salamalekum . Estaban todos vestidos para ir hasta otro pueblo, a una hora de allí, a comer cuscús senegalés con la suegra de Astou. Es viernes y, ese día, su esposo está con ella, que es su segunda esposa. Durante la semana, no: convive con su primera esposa.

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Meckhe, Senegal. Foto: María Luz Espiro

Senegal se independizó en el año 1960, luego de más de cien años de dominio francés. Ese mismo año, en África se liberaron otros 16 países. Además, fue unos de los principales exponentes de la corriente política-literaria de la Negritud, entendiéndose, en palabras del historiador Fernando Esteche, “como un movimiento de rebelión contra la negación o nulificación europea del mundo africano y su gente”.

Pero con la descolonización llegó la deuda financiera, al pedir préstamos al Banco Mundial y a las antiguas metrópolis para poder construir la infraestructura, los ejércitos y las instituciones de estos nuevos Estados. En el libro «La sobrecolonización de África», Esteche dice: “En los años 60 del siglo pasado, África exportaba alimentos a razón de 1,3 millones de toneladas anuales. En la actualidad, África tiene que importar el 25% de los alimentos que consume. (…) Para darle cabal dimensión a la tragedia africana debemos decir a riesgo que se pasó de ser exportadores a ser importadores de alimentos”.

La actualidad de Senegal no es muy diferente. Según el último censo, la población supera los 15 millones de habitantes y casi el 48 por ciento vive por debajo de la línea de pobreza. El país exporta productos petrolíferos, mineros, piedras, oro y pescados, pero sufre una fuerte dependencia energética y agropecuaria que lo obliga a importar, por ejemplo, petróleo y arroz.

En ese marco, el dinero que envían los emigrantes se convirtió en un aporte clave para la economía. Según un documento de la Oficina Económica y Comercial de España en Dakar, esas remesas representan el 11 por ciento del Producto Bruto Interno y es clave para compensar el déficit de la balanza externa.

Senegal es el segundo país, luego de Nigeria, con la mayor cantidad de emigrantes del continente africano: cerca del 16% de su población se encuentra en la diáspora.

La inmigración hacia Argentina comenzó en los años 90, cuando en Europa se dieron políticas para cerrar el paso en las fronteras. Esta corriente migratoria hacia el cono sur fue creciendo a lo largo de los años, cuando los primeros en llegar ya estaban establecidos y, por ende, comenzaron a venir sus familiares o conocidos.

La mayoría son varones de entre 20 y 40 años, aunque según Astou, la poca presencia de mujeres “está cambiando de a poco”. En palabras de la antropóloga María Luz Espiro, la situación “pareciera responder en parte a una estructura social de origen en la que la migración es una estrategia familiar para acumular recursos materiales (remesas, bienes) y simbólicos (prestigio) que posibiliten cambios en las condiciones de reproducción de los hogares, y son tradicionalmente los hijos varones quienes cumplirían este rol”.

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 —Mi nombre es Astou, pero cuando trabajé en Capital Federal no podían pronunciar bien mi nombre, entonces les dije que me llamaran Azul.

Nació en el año 1977, en una casa en la que vivía con sus hermanos, padres y abuelos, con quienes compartía la pieza. Ellos la educaron mientras su papá trabajaba de comerciante. Sus primeros años en la escuela fueron en una institución árabe y, después de cinco años, salió sorteada en el colegio francés, “la escuela grande”, como la nombra.

Cuando terminó sus estudios se casó con un hombre pero tiempo después se separó. Para ese entonces, en el 2006, su hermana y su hermano ya se habían mudado a Argentina. Astou duró cuatro años más en Senegal, donde trabajaba en un kiosco en la escuela. “Vendía todo el día: desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde. Antes yo vendía chiquito; hoy telas, mañana anillos. Siempre me gustó vender”, dice Astou.

Decidió irse de Senegal cuando su papá y su mamá se jubilaron; porque lo que ganaba no le alcanzaba para poder ayudarlos y porque en su país hay muchas fiestas patrias, y eso incide negativamente en las ventas. El destino fue obvio: Argentina, donde la esperaban sus dos hermanos. El viaje no fue fácil, y mucho menos corto: dos días de avión y cinco días de micro. Desde España a Perú y después Bolivia, hasta pasar por la frontera con Argentina. Una vez en Jujuy, se subió a otro colectivo que la llevó hasta Retiro, donde Sofía, su hermana, la estaba esperando. “Estaba contenta de verla, nos abrazamos, pero estaba muy cansada.”

Luego de esa odisea, Astou durmió tres días seguidos y al cuarto se levantó y fue a comprar su mercancía en Capital para vender en la vía pública. En cinco meses aprendió a hablar un poco en español para poder entenderse con la gente en la calle. Trabajó en Hurlingam, en la rotonda de Alpargatas y, actualmente, en La Plata, donde sólo hay registradas otras tres mujeres senegalesas (dos hermanas suyas), con quienes convive en una casa cercana al Hospital San Martín.

Hace dos meses que Astou está en Senegal, donde vuelve a sentarse en la mesa con su familia y come los platos que extraña cuando está lejos. Desde allá confiesa que es duro trabajar en La Plata, complicado, «porque siempre molesta la Municipalidad». Todavía ni se enteró que en una marcha en defensa de sus derechos a sus connacionales les pegaron y los encerraron en la cárcel. Tampoco sabe que en el Concejo Deliberante se está debatiendo un Código de Convivencia que prevé multas de $346.000 y hasta 20 días de arresto para la venta ambulante. Por ahora está allá, con su familia a la que extraña cada vez que se sube al avión para irse de Senegal a Sudáfrica, de Sudáfrica a Brasil, de Brasil a Argentina, a tres días, a 7.063 kilómetros de distancia, para trabajar y mandarles plata.

—Estoy con toda mi familia. Paso lindo todas las fiestas. Quiero estar acá. Estoy feliz.

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Desde Meckhe llegaron las tres senegalesas que trabajan en La Plata 

No hay cifras oficiales sobre el número total de población senegalesa en suelo nacional, ya que nuestro país no cuenta con una embajada de Senegal. La más cercana es en Brasilia, desde donde reciben trámites y documentación de los inmigrantes residentes de Argentina, quienes fundaron una asociación en el 2007. Allí se calculó que en la actualidad hay entre 2500 y 4000 senegaleses que residen en territorio argentino. 

En el 2013, desde la Dirección Nacional de Migraciones, se buscó regularizarlos para que puedan adquirir la documentación de residencia, aunque muchos quedaron afuera de esta medida sin obtener los títulos habilitantes para residir o trabajar, lo que, en palabras de la antropóloga Gisele Kleidermacher, “los coloca en una situación de mayor vulnerabilidad frente a los controles”.

Desde el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), difundieron un comunicado el 19 de junio para advertir sobre las detenciones a los que «se ven sujetos los vendedores ambulantes senegaleses, estableciendo que el inicio de las causas penales significa una amenaza directa para la permanencia en el país».

La situación se agravaba con el Decreto firmado por Macri (el DNU 70/2017) del 30 de enero de 2017 que modificaba la Ley N° 25.871. En concreto, se ponían más límites para el ingreso al país y se facilitaba la expulsión de los inmigrantes. Según el CELS, aquella persona migrante que subsista de la venta callejera, podía ser denunciada penalmente por su actividad económica o por resistir un desalojo en la vía pública y ello implicaría su clasificación como “expulsable”.

Pero la Justicia declaró inconstitucional al DNU porque era incompatible con “los estándares constitucionales y de derechos humanos que forman parte de las condiciones de vigencia de los instrumentos internacionales en la materia”. Parte de los organismos que criticaron el DNU fueron: el Comité Contra la Tortura de la ONU, el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el Relator Especial de la ONU sobre Discriminación Racial.

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Astou y su marido, que reparte los días de la semana para sus dos esposas.

 —Lo único que queremos es trabajar; algunos nos dicen que somos unos negros de mierda, que volvamos a nuestro país. Nosotros no somos delincuentes, no somos mafiosos, no vendemos droga. No le faltamos el respeto a nadie, por favor, dejen de hablar mal de nosotros porque somos seres humanos como todos. Que nos vengan a decir que somos negros de mierda… somos negros de piel, sí, es cierto, pero somos buena gente, educada. Queremos que nos dejen laburar. Que este gobierno tenga piedad —gritó Bamba, un inmigrante senegalés, con su voz quebrada en el micrófono de Radio Futura de La Plata, invitado a un programa.

A través del ensayo «Enfrentando el racismo institucional (…)», las antropólogas Espiro, Voscoboinik y Zubrzycki alertaron sobre los relatos que se “ajustan a las representaciones occidentales sobre los africanos al seleccionar sólo lo violento o lo llamativo por considerarse exótico”. Toman como ejemplo el caso del diario El Día en su edición del 24 de junio del 2012, cuando se publicó una nota en el que dicen que los inmigrantes africanos pertenecerían a la “logia de los correos de la muerte” y que, según un profesional de Seguridad, “bajo el paño negro de la bijouterie es probable que guarden no precisamente más metal en anillos y pulseras, sino droga”.

Durante los últimos años, los trabajadores senegaleses denunciaron en reiteradas oportunidades el accionar represivo de la Municipalidad y de la Policía. Contaron que los detienen arbitrariamente acusándolos de “abuso a la autoridad” y les roban la mercancía. Otras veces se las incautan. Dijo Cheikh, un vendedor senegalés, a la prensa: “No te devuelven nada. Te piden documentos que no tenés: la factura de donde compraste la mercadería. En Once no te dan factura, entonces ¿por qué no van y le preguntan a ellos por qué no nos dan la factura? (…) Acá como persiguen a los negros, no los persiguen a los demás”.

El 12 de septiembre, en el rectorado de la UNLP, la Asociación Senegalesa de La Plata hizo un acto público para recordar que «son gente pobre que viene a la ciudad en busca de un trabajo para poder mandarle dinero a su familia».

Desde la Municipalidad se pensó en una solución: otorgarles un predio comercial a los vendedores ambulantes, aunque éstos deberán pagar por su puesto. El problema está en la zona a donde planean ubicarlos: 84 y 134.

—Estamos dispuestos a aceptar que nos pongan en un lugar pero que no nos saquen de la calle para llevarnos al Cementerio porque ahí no nos va a comprar nadie – explica Cheikh -. Si estamos ahí sin vender ni siquiera 200 pesos, nos vamos a volver a la calle. No vamos a estar muriéndonos de hambre.

 «A nosotros no nos gusta estar en la calle porque sufrimos -concluye Cheikh- . Hay gente que cree que no les entendés y dicen: ´Mirá este negro de mierda cómo se caga de hambre´. A veces, para vivir en este país, está mejor no entender nada de la lengua que hablan».