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Lesa Humanidad

Torturas, desapariciones y delitos sexuales

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Se reinició el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Brigada de San Justo. En la primera audiencia del año, la nieta recuperada Victoria Moyano escuchó cómo fue su dramático nacimiento en cautiverio y cómo a su mamá le contaban la frecuencia de las contracciones con golpes en las paredes de la celda. Además, dos sobrevivientes recordaron el último grito de un compañero, antes de su desaparición y una mujer reveló cómo la violaron entre varios represores. Van seis meses de juicio y hasta marzo seguirán los testimonios del horror. 

Desde Brasil, el sobreviviente Eduardo Argañaraz declaró por videoconferencia.

Por: Julia Molina
Fotos: María Paula Ávila
Publicada: 9/2/2019 

—Es la cana. Me vinieron a buscar. —Mario Lemos miró a sus dos amigos en el atelier de la terraza, en Liniers, cuando escucharon el golpe en la puerta de abajo. Y enseguida les preguntó:— ¿Qué hago? Los ojos de Mario se cruzaron con los de Eduardo Argañaráz. —No sé, —le contestó esa tarde del 4 de agosto de 1977— pero abramos la puerta porque van a entrar igual. Entonces, Eduardo abrió.

Desde Brasil, por videoconferencia, Argañaraz recuerda el día que desaparecieron a Mario. Pocos minutos antes, frente a los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, había hecho lo mismo su amigo de la infancia, Luis Armando Paz Carbajo. En el juicio por Brigada de San Justo, ambos inauguraron las audiencias de 2019 repasando detalles de aquel día que le abrieron la puerta a los genocidas que desaparecieron a Lemos.

Entraron dos personas que se identificaron (sólo de palabra) como Personal de Seguridad de las Fuerzas Conjuntas. Se dirigieron a Mario y a Luis Carbajo.

 —¡Los ravioles! ¿Dónde tienen los ravioles?

Ninguno supo qué responder ni entendían de qué drogas les hablaban. “Fue su excusa para entrar”, dijo el miércoles pasado Eduardo en su declaración.

Los hombres los obligaron a bajar. Afuera, los esperaba una camioneta, una Ford F100, de donde se bajó un tipo alto, moreno y con rulos, en palabras de Luis, que aún cierra los ojos y lo recuerda, 42 años después. De lo que tampoco se olvida -ni él ni Eduardo-, es del revólver con el que los apuntaron. Solo había dos capuchas, así que a Argañaráz le pusieron una bufanda alrededor de los ojos y los subieron a la camioneta. Contaron los minutos que duró ese viaje: casi media hora. Después escucharon un portón abrirse, entraron, la puerta se cerró tras ellos y el motor se apagó. Los bajaron a los tres y, por el eco de las voces, se dieron cuenta que estaban en un tinglado.

—¿Vos sos Lemos?
 —No – responde Eduardo.
 —Yo soy Lemos-, admitió Mario.

 A Luis y a Eduardo los tiraron de nuevo a la camioneta, mientras
escuchaban la voz de su amigo alejarse. Estuvieron cuatro horas metidos ahí, inmóviles, oyendo a lo lejos los gritos de Mario. Hasta que no lo escucharon más.

 —Ya está. Podemos irnos.

  Y se fueron.

 —Yo supongo que ese fue el fin de la vida de Mario. Supongo y quiero creer eso —anhela Luis frente al TOF.

En la camioneta, el conductor y el acompañante relataron el secuestro de Gustavo Fierrito Lavalle y su mujer, Mónica Lemos, hermana de Mario. “Le dije a Fierrito: ‘Vos la hiciste. Te la tenés que bancar”.

A Luis y a Eduardo los tiraron por la Autopista Richieri, frente a unos monoblocks y a un basural. Esa noche fueron a la casa de unos amigos y les contaron que Mario estaba desaparecido. Esa noche, también, se fueron de Buenos Aires.

 ***

El juicio por la BISJ comenzó en agosto del 2018, con una audiencia por semana hasta diciembre. El pasado miércoles 6 de febrero se retomaron los testimonios orales de las víctimas del Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionó en el partido de La Matanza durante 1977 hasta 1978.

En octubre de 1975, el Consejo de Defensa sacó su primera directiva (N°1/75), donde establecía que las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad y las Fuerzas Policiales “ejecutarán la ofensiva contra la subversión, en todo el ámbito del territorio nacional, para detectar y aniquilar las organizaciones subversivas a fin de preservar el orden y la seguridad de los bienes, de las personas y del Estado”. 

Para lograr los objetivos, se dividió estratégicamente el territorio argentino en cinco Zonas, Subzonas y Áreas. La Brigada de Investigaciones correspondía a la Subzona 11 (a cargo de la Brigada de Infantería X de la ciudad de La Plata y del Área 114 ), Zona 1 (a cargo del Comando del Primer Cuerpo de Ejército).

Se estima que pasaron más de un centenar de personas por este Centro Clandestino durante el casi año que estuvo en funcionamiento. Además, estaba dentro de lo que se conoce como el Circuito Camps. Muchas de las víctimas que estuvieron en la Brigada de San Justo eran trasladadas a otros CCD, como el Pozo de Banfield y El Infierno. Algunos eran liberados ahí mismo, pero en otros casos es el último lugar en que se los vio.

El juicio contempla a 84 víctimas e imputa a 18 personas: a dos del gobierno bonaerense de la dictadura, a ocho miembros de la Brigada de San Justo, a seis militares del Destacamento de Inteligencia 101, al ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense y a un médico de la policía.

Aún faltan declarar 50 testigos de los 120 confirmados, y se estima que esta etapa terminaría en marzo, pero la fecha de la sentencia se desconoce. Desde la querella creen que las pruebas son contundentes y esperan que se haga justicia.

El juicio por la Brigada de San Justo lo lleva adelante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata.

 *** 

Adriana Chamorro está en una oficina, al lado del cónsul argentino en Montreal, Canadá. En su pulover amarillo tiene clavada una flor roja de macramé, al igual que todos los que la escuchan por el monitor del TOF N°1 en La Plata.

El matrimonio de Eduardo Porro y Adriana Chamorro se despertó en la mañana del 23 de febrero de 1978 con una patota al lado de su cama. Se los llevaron en un auto hasta la BISJ, donde los tuvieron sentados por mucho tiempo, hasta que agarraron a Adriana por el brazo y la hicieron subir las escaleras, no sin antes manosearle una teta.

 —Aquí nadie la puede molestar sexualmente. Eso está prohibido —le dijo alguien arriba, mientras ella estaba tabicada.

Pero el interrogatorio no tardó en empezar. Que dónde tenía las armas, qué cuántos policías mató, mientras el cuerpo de 33 años de Adriana era reventado a golpes. Ella no podía ni responder.

—Desvestite —le ordenó una voz—. Acostate en la cama. Abrí las piernas. Abrí los brazos.

 Adriana sintió cómo unas manos la abrían más y enseguida el cable para amarrarla. Le tiraron un arpillera y la empaparon. Después el ruido de picana y, finalmente, la electricidad recorriéndole el cuerpo.

—Es lo más infernal que yo he conocido en mi vida —cuenta ahora, con 74 años—. Yo no podía parar de gritar. No porque quería, sino porque es una necesidad fisiológica.

Por abajo de la venda que le tapaba los ojos podía ver a la persona que empezó a picanearle los genitales. El Burro, le decían. Pero no fue el único. “Eso es una violación, directamente; una violación en grupo”, afirma y continúa: “Ahí estaban el Burro, el Víbora, el Tiburón, el Lagarto, el Pato, el Rubio. Todos se turnaban”. También recuerda a un médico, Jorge Bergés (condenado en otras causas pero en ésta no está imputado), que apareció en la sesión de tortura para pedirles que pararan unos minutos antes de continuar, luego de escuchar su corazón con el estetoscopio.

Tras el dramático testimonio, la fiscalía pidió que se sume a la causa la carátula de violación y se los juzgue por ese delito a los imputados que correspondan.

Adriana estuvo en la Brigada desde el 23 de febrero de 1978 hasta el 26 de marzo de ese mismo año, luego la trasladaron al Pozo de Banfield y luego a la cárcel de Devoto. Durante su cautiverio, pudo conversar y conservar los nombres de varias personas que pasaron por ahí. En su testimonio habló mucho de Mari, María Asunción Artigas, madre de María Victoria Moyano Artigas, nacida en el Pozo de Banfield y nieta recuperada en 1987. También habló de los Logares, de Ricardo El Mosca Irmain, el chileno Juan Rodríguez, entre otros.

—¿Supiste qué pasó con la hija de Mari? —pregunta la fiscalía.

 —Claro, casi nace conmigo.

Todos los de la sala miran a Victoria, sentada atrás de la silla vacía de los testigos, quien no saca los ojos de la pantalla donde se ve a Adriana.

—Ella no quería ir a la enfermería. Yo la convencí de que no podía nacer el niño en el calabozo porque era insalubre. Aceptó. Cuando la contracción empezaba, yo golpeaba al calabozo de la derecha para que Eduardo (Porro) comenzara a contar los minutos. Cuando la contracción terminaba, lo golpeaba a Eduardo para que parara y golpeaba al otro calabozo para que comenzaran a contar el intervalo. Cerca del mediodía Mari estaba a cinco minutos de parir, llamamos a los guardias y la llevaron abajo, a Enfermería. Pegamos la oreja al piso y escuchamos el grito de Vicki. A la noche la traen a Mari, sin Vicki, con una sábana manchada de sangre y una botella de Espadol.

El parto fue asistido por Bergés.

Ya lleva declarando casi una hora, con muchísima lucidez sobre situaciones, diálogos, rostros y nombres de hace 41 años atrás.

—Todo esto deja rastros indelebles. (…)Yo veo casi todos los días cosas que me recuerdan el pasado —dice Adriana—. Es como cuando pasan las diapositivas en una máquina. Estoy viendo una escena cualquiera y de repente cae una diapositiva que nada tiene que ver con la escena.

 »Una vez me llevaron a ver a una compañera cuando la estaban torturando. Estaba boca abajo; me dejaron un minuto o dos, mirando cómo la torturaban, asique puede ver el efecto de la picana. Si yo veo un pollo en el mostrador de la cocina, por ejemplo, a mí me recuerda a eso: va a caer una diapositiva de esta compañera torturada.

 ***

Las audiencias serán todos los miércoles a las 11. Si querés presenciarlas, debés ser mayor de 18 años y concurrir con el DNI en el primer piso los tribunales de 8 y 50.