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Violencia institucional

«Acá se hace lo que decimos»: el calvario de un pianista

A comienzos de febrero, el músico Damián Carracedo salió a un boliche con amigos en un pueblo de la costa bonaerense. Un grupo de policías, antes de que ingresaran, los golpeó y luego los esperaron a la salida. Damián recibió una salvaje golpiza, y hasta ahora sigue sufriendo los efectos: la mandíbula quebrada, el brazo inmovilizado, un mes y medio sin poder trabajar. La Correpi denuncia que entre 2015 y 2019 las fuerzas de seguridad del país mataron a 1.303 personas. Y Buenos Aires tiene el 49% de los hechos de gatillo fácil y tortura del país. De casualidad el caso de Damián no entró en esas estadísticas.

Foto: Foto cedida por la familia de Damián
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Por Rosario Marina

Publicada: 17/03/19

El viernes 1 de febrero Damián Carracedo, un pianista de 32 años, se subió al auto con su hermana en Buenos Aires, viajó seis horas hasta su pueblo, San Cayetano. Al día siguiente fue al balneario, comió un asado y salió al único boliche del lugar con sus amigos. Esa madrugada un grupo de policías le pegó tanto y tan fuerte que le quebró la mandíbula. Lo podrían haber matado, podría haber sido uno de los 28 muertos en manos de las fuerzas de seguridad de lo que va del 2019. Damián sobrevivió.

Entre diciembre de 2015 y marzo de 2019, las fuerzas de seguridad del país mataron a 1.303 personas. Esto es: una muerte cada 21 horas. Damián no murió, su nombre no engrosa la lista de las víctimas de la represión estatal. Tuvo “suerte”. Pero hasta ahora sigue sufriendo los efectos del abuso policial: la mandíbula quebrada, el brazo inmovilizado, un mes y medio sin trabajar. “Con mucho menos de lo que me pegaron me podrían haber matado”, dice Damián a Perycia.

Los datos se desprenden del archivo de casos de personas asesinadas por el Estado entre 1983 y 2018 que divulgó la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi).

El boliche del balneario de San Cayetano, zona de playa de un pueblo de 8 mil habitantes, se llama La Juana. Ahí van todos, porque es el único. La noche del 2 de febrero de 2019, Damián estacionó el auto al lado del boliche. Estaba con su primo, un amigo y la novia de su amigo. Cuando bajaron, se les acercaron tres policías. Uno de ellos les pidió los documentos y los papeles del auto.

Hasta ahí nada podía anticipar lo que pasaría en unas horas.

Juan Cruz, el amigo de Damián, tenía un vaso de fernet en la mano. De repente, sin ninguna palabra de por medio, un policía le pegó una trompada en el brazo y se lo tiró.

“Le dijimos que no estábamos haciendo nada, que por qué le habían pegado, que no había motivos. Ante el reclamo ellos se sacan más. Nos dicen, con actitud prepotente: ´Acá se hace lo que nosotros decimos´”, cuenta Damián.

Juan Cruz se agachó y un policía le pegó con el palo en las costillas. Él salió corriendo y se metió adentro del boliche. Damián, su primo y la novia de Juan Cruz volvieron a protestar. ¿Por qué le habían pegado?

La respuesta fue otro golpe, pero esta vez para Damián. En la cara.

-¿Qué hacés?-reaccionó Damián.

Entonces entraron todos al boliche y, por unas horas, se olvidaron de lo que había pasado.

Hasta que salieron. Entonces Damián los vio: estaban los mismos policías junto a otros que son del pueblo. No le pareció raro, a esa hora suele haber un operativo de control.

-Vení Carracedo… a ver si sos guapo-le gritaron.

“Me estaba yendo, cruzan antes, se paran al lado de mi auto y me siguen gritando cosas. Como una actitud más de patota. Yo estaba solo en ese momento. Ellos eran como 6 o 7 policías”, cuenta Damián. Luego supo que por comentarios de vecinos  algunos de los efectivos venían de otros municipios de la costa.

Entonces Damián dio la vuelta al boliche, por un camino de pinos, y siguió caminando. A los pocos minutos apareció una camioneta de la policía que se metió entre los árboles, directo hacia él. Damián empezó a correr, desesperado. De golpe frenó. «Estos tipos pueden arrancar a los tiros», pensó. «Ya está, que me detengan, no va a pasar mucho». Pensó de nuevo, equivocado.

Uno de los policías bajó de la camioneta y se tiró sobre Damián. Lo volteó. Lo dejó en el piso. El resto se acercó y le empezó a pegar patadas. En el cuerpo. En la cabeza. Dice Damián que no le dijeron que estaba detenido, no dieron la voz de alto, no le hablaron de sus derechos. Lo corrieron y lo patearon. Con fuerza. Tanta como para quebrarle la mandíbula.

Damián se acuerda que lo subieron a la caja de la camioneta, lo esposaron y lo llevaron a la sala de primeros auxilios del balneario. Cree él que fue para constatar que estuviera vivo. Perdía mucha sangre.

Algunas de las marcas de los golpes recibidos por Damián (foto cedida por la familia)

Después lo llevaron hasta San Cayetano, a 71 km del balneario. En todo el trayecto, recuerda Damián, los policías se reían de él, haciendo chistes de cómo había quedado, divirtiéndose. “No te va a reconocer ni tu vieja, mirá cómo quedaste”, le decían.

Llegaron cerca de las 7.30 de la mañana. Lo dejaron esposado, ensangrentado, quebrado, sentado en un banco en una habitación donde sólo entraba una persona.

A las 9.30 lo llevaron al hospital. El médico, sin tocarlo ni acercarse, siempre detrás de su escritorio, le dijo que no era nada grave. Damián insistía en que le hicieran placas, los golpes le dolían mucho. Sentía que tenía las costillas quebradas. Estaba en el consultorio sentado en una silla y lo custodiaban los mismos policías que le habían pegado.

Lo volvieron a llevar al calabozo, y a media mañana, un policía pasó caminando por el patio. Damián pidió que le avisara a su mamá que él estaba ahí, porque en el balneario no había señal, que se comunicara con alguien del municipio porque todos sabían cómo ubicarla. Pero nada de eso pasó.

Ana Julia, la mamá de Damián, se enteró que su hijo estaba golpeado cuando lo volvieron a llevar al hospital, porque a su prima le había avisado una amiga que trabajaba ahí y lo reconoció al pasar por la camilla.

Ella estaba acostada en la playa, pensando en que su hijo era grande, hacía años que vivía en Buenos Aires, y que no debía preocuparse porque no hubiera ido a dormir a la casa. Pero sentía que algo estaba mal.

A Damián lo terminaron soltando a las cuatro de la tarde, en el hospital.

Pablo Campo, jefe de policía comunal de San Cayetano designado en octubre de 2017, habló días después en el noticiero de la televisión local. Leyendo de su computadora un texto escrito con lenguaje policial, dijo que la noche del 2 de febrero un “sujeto adulto” estaba exaltado, que le tiró botellas a la subcomisaria, que se había peleado con alguien del boliche por no querer pagar una botella, que se quería pelear con el inspector de tránsito, que manejaba de forma imprudente.

“El sujeto sale corriendo hacia los fondos del lugar a través de una arbolada por lo cual, al configurarse una clara infracción en flagrancia al Código Contravencional provincial, es seguido por el personal policial y alcanzado a pocos metros, donde resiste su arresto en manos de la autoridad no solamente amenazando sino golpeando a los efectivos intervinientes”, dijo Campo al micrófono, intercalando la mirada entre el notero y su computadora.

Y siguió: “Después de esto, inmediatamente es trasladado, conforme a los recaudos legales y a los protocolos y procedimiento de rutina, a la sala de primeros auxilios de la villa balnearia para que se le haga reconocimiento médico, y desde allí a la ciudad de San Cayetano a fines de realizar las diligencias donde se establece, en el hospital municipal, en un nuevo reconocimiento médico, que presentaba fractura de maxilar inferior”.

Concluyó con la acusación sobre ese “sujeto adulto” de resistencia a la autoridad y amenazas.

La hermana de Damián denunció a la policía y él, hace unas semanas, fue a ratificar la denuncia, se presentó como particular damnificado y declaró. El hombre que le tomó declaración era el mismo que estaba de turno en la fiscalía el día que a Damián le pegaron. “Él había dispuesto que me liberaran a las 8 de la mañana cuando lo llamaron para avisarle. Él les dijo que era una contravención, y que después de la revisación médica de rutina me tenían que liberar”, cuenta Damián. Pero eso no pasó.

María del Carmen Verdú

“Hay dos causas: una en la que lo acusan del típico delito utilizado por la policía para encubrir los golpes y  que es la resistencia a la autoridad. causa en la que ni lo citaron. Y por otro lado está la denuncia formulada inicialmente por la hermana de Damián, donde le imputamos las lesiones graves al personal policial”, explicó a Perycia María del Carmen Verdú, abogada de Damián y titular de la Correpi.

La provincia de Buenos Aires tiene el 49% de los casos de gatillo fácil y tortura del país. “Nos cuenta la gente de allá [San Cayetano] que, como en el resto del país, hay en este último período un crecimiento de hostigamiento a jóvenes”, dijo Verdú.

En la misma semana en que los policías golpearon a Damián, la Correpi recibió una denuncia casi idéntica en Tucumán. Un joven al que unos policías le fracturaron la mandíbula. Algo parecido pasó en Chivilcoy: a un chico de 17 años se lo llevaron detenido sin explicación, su padre se fue a quejar, lo golpearon y terminó preso.

Desde la Correpi lo saben, y por eso Verdú insiste: “No es un hecho que sólo ocurre en San Cayetano. Es una política sistemática”.