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Lesa Humanidad

Hijos e hijas de represores

«Soy hija de un represor y quiero aportar a la memoria colectiva»

 María Laura Delgadillo, 58 años, platense, es una de las integrantes de «Historias Desobedientes», el colectivo de hijas e hijos de genocidas que surgió en mayo de 2017. En una entrevista para Perycia, cuenta su historia y las expectativas del grupo para que un proyecto de ley les permita dar testimonio contra sus padres.

Por: Ezequiel Maestú
Foto: Nico Freda
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Cuando María Laura Delgadillo terminó de leer la nota de Mariana Dopazo, la ex hija del represor Miguel Etchecolatz que se cambió el apellido, no dudó un instante. Era el 12 de mayo de 2017, dos días después de la multitudinaria marcha contra el «2 por 1», un fallo de la Corte Suprema nacional que daba privilegios a los condenados por lesa humanidad. Entonces Laura agarró el teclado, y sin imaginar nada a cambio más que un desahogo de casi cuarenta años, publicó en los comentarios de Revista Anfibia, donde había sido publicada la historia: “Me siento identificada”.

Casi inmediatamente, en su lista de mensajes recibidos, apareció el de Analía Kalinec, otra hija de un genocida y en ese momento una persona desconocida para ella. “¿Vos tenés algo que ver con un familiar represor?”, le preguntó Analía, quien por esos tiempos había sido una de las creadoras del colectivo “Historias Desobedientes y Con Faltas De Ortografía”, que en pocas semanas agrupó a más de treinta hijos e hijas de ex militares y policías de la dictadura.

Laura Delgadillo fue a la marcha contra el 2×1 y conocía hace tiempo que su padre había sido un ex integrante de la policía bonaerense entre 1976 y 1983 al mando de Miguel Etchecolatz. Entonces, sin dudarlo, decidió integrarse al colectivo.

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Era enero de 1959 y en la ciudad de La Plata los jacarandas no eran tan grandes como se los puede ver hoy cubriendo las diagonales. Tampoco estaban los edificios ni los autos que convierten a la capital de la provincia de Buenos Aires en un punto central de la burocracia estatal y de la vida universitaria. Por aquella época, en el país gobernaba Arturo Frondizi y el peronismo seguía proscripto.

En ese clima de barrio tranquilo y de país con agitación política, nacía Laura Delgadillo. Se crió en la calle 24 y 63, rodeada de cinco hermanos y guiada por la crianza de su madre, Nelly. A pocas cuadras de su casa estaba la comisaría Quinta, que poco tiempo después sería uno de los tantos centros clandestinos de detención de la ciudad. Una comisaría que fue eslabón fundamental del «Circuito Camps», donde el padre de Laura, Jorge Luis Delgadillo, había sido parte.

                         Foto: Nico Freda 

Hoy, cincuenta y ocho años después, Laura está sentada en una mesa redonda del “Pasaje Dardo Rocha”. Revuelve un exprimido de naranja y acomoda un sándwich de pan árabe y jamón crudo. Lleva una camisa floreada y aritos cuadrados y blancos. Tiene los ojos caídos, las cejas finas. En su muñeca izquierda, una pulsera con la pregunta: “¿Dónde está Santiago Maldonado?”.

Laura recuerda a su padre como un hombre frustrado. Se le aparece como alguien bien vestido, de traje y corbata. Como un hombre de pocas palabras. Hasta hoy, no sabe con precisión qué lugar ocupó en la represión. Algunos lo ubicaron en los servicios de inteligencia, pero lo único que supo con certeza,  hasta ahora, es que fue uno de los custodios de Victorio Calabró, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1974 y 1976.

«Estoy haciendo averiguaciones para pedir su foja de servicio de la Policía. Quiero averiguar dónde trabajó y cuál fue su tarea específica, pero no hay dudas que formó parte del aparato represivo», dice. Jorge Luis Delgadillo murió sin haber sido procesado por la Justicia.

-En lo familiar, fue un tipo casado con un matrimonio infeliz. Con seis hijos que no eran lo que él esperaba. Un tipo que tuvo que dejar la carrera de Medicina en quinto año para poder darle de comer a su familia—reflexiona.

Y luego:

—Imaginate que cuando entró a la fuerza se sintió valorado. Y ahí empezó a hacer carrera.

Fue por esa misma época, con seis años, que Laura descubrió el canto. Tomó clases con un profesor particular.

—Desde chica nunca pude contar con mi familia, pero si podía cantar. El canto fue mi manera de expresar lo que me pasaba.

Sin embargo, cuando había cumplido los diez, su padre se lo prohibió.

—Guardé las guitarras. No cante más.

Laura empezó a ir a la parroquia “La Victoria”, ubicada en 54 y 23, hoy conocida como “Rosa Mística”. Allí conoció a un cura tercermundista.

A su padre no le gustó.

Laura mira la casa de su tía, desaparecida por los militares. Foto: Nico Freda

Tras el golpe militar de 1976, algunos compañeros de la iglesia habían dejado de participar del grupo. Muchos años después se enteraría que habían sido desaparecidos. Por esos tiempos, no preguntaba demasiado. Ni siquiera había sospechado del trabajo de su padre.

—Vivía con mucha inocencia. Supongo que era lo que necesitaba -dice ahora, mientras bebe el  jugo exprimido.

Pero las cosas empezaron a cambiar. Con dieciocho años, en 1977, notó que las salidas nocturnas de su padre eran algo cotidiano. Uno de los quiebres en su memoria fue aquella noche que lo fueron a buscar en un carro de asalto. Sus compañeros llevaban armas largas y uniformes reforzados. Laura salió a la calle y pudo verlo, de la misma forma en que hoy lo recuerda: pulcro como siempre, con su camisa y corbata.

Días después encontró una capucha en su casa. Un objeto que nunca antes había visto.
Cuando preguntó por las salidas nocturnas de su padre, o por la capucha encontrada, la respuesta era seca y rotunda.

—De eso no se habla, no preguntes—era la respuesta de Jorge Luís.

Sin embargo, el instante que cambió su vida fue cuando desapareció su tía, María Ilda Delgadillo, hermana de su padre y de profesión partera. Ella había trabajado en el Hospital de la cárcel de Olmos y ayudaba a que los detenidos pudieran hablar con sus familias. Cierta ocasión supo que los militares se apropiaron de de dos bebés y entonces decidió contárselo a Madres de Plaza de Mayo. Poco tiempo después, el 22 de agosto de 1977, fue desaparecida junto a su marido, el médico César San Emeterio. Ambos quedaron en la memoria de los sobrevivientes como los médicos que se opusieron a los partos ilegales de las mujeres detenidas, logrando la recuperación de bebés nacidos en cautiverio.

Enterado de la situación, su hermano Jorge Luis presentó un habeas corpus sin saber que, a las semanas siguientes, le comunicarían la baja de la fuerza.

—Sus compañeros lo vieron como una traición -dice María Laura ahora, sentada en el bar, sin sentir compasión por la acción de su padre.

                  Foto: Nico Freda

***

Jorge Luis Delgadillo fue jubilado prematuramente de la Policía.

María Laura se casó en una iglesia evangélica y guardó el secreto de su padre represor por décadas.

—Viví bajo el “mandato de silencio”, que tiene mucho peso. Es de familia, de la educación que recibí—dice. mientras mastica un sándwich de pan árabe y jamón crudo—. Deshacerse de esas cosas te lleva un tiempo, es un proceso largo.

También reconoce que es algo que le inculcaron en la iglesia.

—En mi matrimonio era sumisa. En la religión evangélica el hombre es la cabeza de la mujer. Quedaba en un segundo plano.

Entró a trabajar en el Estado, tuvo una hija y se divorció de su esposo. Allí, entonces, decidió volver al canto.

—De chica tenés una visión inocente de la vida. Ya cuando sos adolescente el ambiente en el que te movés empieza a ser otra cosa. Si no conseguís salida sana, te pirás mal. Mi salida fue cantar, y lo acepté obedientemente—dice. entre risas.

Hoy alterna el trabajo de empleada pública y el de profesora de canto. Es preparadora vocal de un coro.

—Como la cenicienta —dice—. De algo hay que vivir, porque el arte, a menos de que seas muy talentosa…

Sin embargo, su vida también está ocupara por una militancia activa en marchas, protestas y hasta en posteos de redes sociales.

Cuando Analía Kalinec la contactó por primera vez, empezó a recibir llamadas, mensajes de WhatsApp  y de Facebook. Entendió que «Historias Desobedientes» es una oportunidad de «escribir la parte de la historia que aún no está escrita».

—Había una ansiedad, una alegría, el poder decir: “Hay otros como yo”.

La primera reunión fue el 25 de mayo de 2017. La segunda, por las paradojas del destino, se dio el 18 de junio: el día del padre.

—Las únicas voces que se habían escuchado hasta ahora eran la de los otros hijos. Los hijos que apoyan a sus padres genocidas. Nosotros tomamos la decisión política de sacarlo afuera, de que el mundo lo pueda ver.

El grupo fue creciendo tanto en su fuero interno como  en la escena pública, participó en marchas como»Ni una menos» y se hizo conocer en la prensa nacional e internacional.

 Laura Delgadillo sostiene la bandera de «Historias Desobientes» en una marcha de «Ni una               menos». Foto: Silvina Quintans 

Y llegó a los pasillos del Congreso Nacional con un proyecto de ley. Cuando Pablo Verna quiso dar testimonio contra su padre, un represor que confesó haber aplicado sedantes en los famosos «vuelos de la muerte», se encontró con una traba judicial. Le citaron los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal que establece: “Nadie podrá denunciar a su cónyugue, ascendiente, descendiente o hermano, a menos que el delito aparezca ejecutado en prejuicio del denunciante o de un pariente suyo de grado igual o más próximo que el que lo liga con el denunciado”.

«Historias Desobientes» tomó el caso de Verna para construir un proyecto de ley que propone una excepción en dichas normas para cuando “los casos denunciados sean de genocidio, lesa humanidad y/o crímenes de guerra”.

—Somos testigos de la parte más intima de un genocida. Lo que hacen en sus casas no siempre tiene relación directa con lo que ellos hacían en los campos de concentración. Hay algunos compañeros que sufren este tema de la ruptura familiar -dice Laura, que cree que el proyecto se aprobará en las próximas sesiones legislativas.

Actualmente, el mismo se encuentra en la Comisión de Penales a la espera del receso. Una vez aprobado, en el colectivo empezarían con las denuncias en la Justicia.

—Hay muchas piezas que faltan de la historia del terrorismo de Estado. La nuestra es una voz que viene a construir la memoria colectiva. Así sea mucho o poco lo que podamos aportar.

Laura se despide con una pregunta que, dice, no sólo busca impactar en los hijos de  represores sino en el resto de la sociedad.

—¿Se preserva la familia cuando hay un genocida suelto? Nosotros creemos que no. Que la familia se sana cuando se denuncia quién ha sido su padre. Cuando se sabe la verdad de lo que pasó.