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Crónicas de la Justicia

¿Quién mató al peón?

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“Beto” Agüero murió ahogado entre seis mil toneladas de soja, dentro del silo de los hermanos Aramburu, en la localidad de 9 de Julio. Por orden de su patrón, se había metido allí para sacar la soja. Hasta el momento no hay imputados a pesar de que una inspección posterior en la planta comprobó una decena de irregularidades. Perycia viajó al corazón sojero de la provincia para reflotar esta historia que duró en la prensa menos de lo que canta un gallo.

Por Lucrecia Bibini
Fotos Mariano Boufflet
Publicada: 3/06/19


Frente a un monstruo de chapa de más de 20 metros de altura, la familia y los amigos de Beto estuvieron 8 horas. Abrazados, esperaban verlo salir con vida.

—Una persona puede aguantar hasta 12 horas ahí adentro —dijo el patrón.

Mintió. Sebastián “Beto” Agüero murió ahogado entre 6 mil toneladas de granos de soja después de ser “chupado” por un silo de Aramburu Hermanos Agropecuaria S.A., en la ciudad de 9 de Julio. Se había metido allí para sacar la soja.

Beto tenía 22 años y trabajaba hacía tres en la empresa. Le gustaba rapear con sus amigos en la plaza del barrio Los Aromos, ir a la cancha a alentar a El Fortín y jugar al fútbol, aunque no era bueno. “Tenía las ganas, pero no la calidad”, recuerda entre risas su amigo Puchi.

Murió, el viernes 29 de marzo de este año, cuando despegaba los granos de las paredes de un silo junto a Bruno, un compañero de trabajo. Ambos habían entrado al silo por una abertura en la parte superior, sin arneses ni cascos, pisando sobre la misma soja que los chupó a ambos.

Bruno pudo desprenderse y salir. A Beto se lo tragó.

—¡Ayudame! —alcanzó a gritarle al compañero.

Bruno se sacó el pantalón y lo tiró para que se aferrara, pero el pantalón también se perdió entre la soja. Desesperado, salió corriendo a pedir ayuda y desde las oficinas de la planta llamaron a los bomberos.

El operativo de rescate duró alrededor de 8 horas, aunque la autopsia determinó que Beto falleció en cuestión de minutos, producto de un paro cardiorespiratorio por asfixia. Su familia y amigos estuvieron todo ese tiempo desinformados, parados al lado de la inmensidad del silo, uno de los más grandes de la provincia de Buenos Aires, esperando que lo sacaran con vida.

—Fuimos todos para los silos a esperar la noticia, con la esperanza de que volviera, y nunca volvió. Nos quedamos esperando —dice Puchi.

***

El viernes 29 de marzo a las 17.03 sonó la sirena de los bomberos voluntarios de 9 de Julio, un sonido estridente que se escucha en toda la ciudad y persiste durante largo tiempo, convocando a los oficiales al cuartel para alistarse para una emergencia.

Esa tarde hacía calor. El llamado provenía de la planta de silos de Aramburu Hnos. Agropecuaria S.A., ubicada en Avenida Urquiza y Juan B. Justo, una zona lindante con terrenos sin edificar franqueados por las vías del tren por donde aún pasa el carguero.

El camión de los bomberos salió a toda velocidad. Delante iba el móvil de la policía y detrás la ambulancia.

—Lo primero que preguntamos es si alguien lo había visto —recuerda César Gatti, oficial auxiliar de los bomberos voluntarios, en declaraciones a Perycia—. Él había estado con otro nene (sic) que estaba llorando, nervioso. Lo convencimos para que nos dijera dónde estaba, dónde él había visto que se había caído. Lo encontramos seis metros más abajo de donde nos señaló.

César Gatti tiene más de 20 años de trayectoria en los bomberos voluntarios del Partido de 9 de Julio. Participó de numerosos rescates en agua, en fuego, en silos, en accidentes automovilísticos, y hasta rescató el cuerpo de una persona que se quitó la vida en la torre de una antena, a 70 metros de altura. Tiene la mirada tranquila y sabia de quien parece haberlo visto todo.

El silo en el que cayó Sebastián Agüero mide 22 metros de altura por 16 metros de diámetro y tiene una capacidad para 8500 toneladas de cereal. Al momento del accidente estaba siendo vaciado y tenía unas 6 mil toneladas, es decir, unos 200 camiones de soja que habían venido de una planta en San Miguel del Monte, también propiedad de Aramburu.

—Esto que pasó es producto de una cadena —cuenta César, desarrollando su hipótesis—. Ellos no tendrían que haber entrado a despegar nada, tendrían que haber dejado que el silo se vaciara solo. Pero había cereal quemado. Había unos tremendos muñecos o tortas de cereal y a él lo chupa el hueco que se hace debajo. Esos muñecos se hacen porque al cereal lo meten en una secadora, lo pasan de temperatura y se pega todo, como si quemaras una comida.

¿Por qué lo secan? Porque viene húmedo. ¿Por qué viene húmedo? Porque el dueño del campo está apurado con las contratistas. Cuantos más días se queden trabajando más gastos tiene el dueño, entonces cosechan hasta las 6 o las 7 de la tarde y levantan el cereal húmedo. Como no puede ir en esas condiciones al silo, lo pasan por secadoras, y el dueño de la planta de silo se lo paga menos al chacarero porque le cobra el secado.

—Es una cadena que no tiene por qué ocurrir. Hace cientos de años atrás no pasaba eso, había dos cosechas por año. Ahora meten cuatro o cinco. Ahí está el apuro, hay que cosechar rápido para hacer siembra directa. Terminan de cosechar y atrás viene el disco, y atrás la sembradora —dice César.

El trabajo de rescate de Sebastián empezó alrededor de las 17.30. Los bomberos removían y sacaban la soja a baldes, porque no podían trabajar de otra forma, mientras se vaciaba lentamente el silo alternando las tres boquillas. El cereal estaba húmedo y humeaba, y el aire estaba contaminado. Además, lidiaban con el muñeco de soja quemada que tenía 12 metros de altura, intentando que no se les cayera encima.

A los 40 minutos de trabajo, al notar que ni siquiera podían divisar a Beto, decidieron seguir con el rescate pero asumiendo que ya estaba muerto.

***

—¿Sabés cómo nos enteramos nosotros? Por la Trocha Digital (el portal de noticias local) —cuenta Stella, tía de Sebastián, a Perycia, mientras entrecruza y descruza los dedos de sus manos en un movimiento constante. Desde la pieza llegan las voces de sus nietos, que están mirando televisión—. Mi sobrina Lara, la hermana de Sebastián, estaba en el Facebook y leyó que había habido un accidente en los silos de Aramburu. Ella llama a mi hermana, Paola, y le dice “mami, andá a fijarte porque hubo un accidente, no sea cosa que le haya pasado algo a Beto”.

Stella Gómez, la tía de «Beto»

Además de ser la tía, Stella Gómez es la madrina de Sebastián. Encabeza el pedido de justicia y es quien conversa con los medios desde que se conoció la primera versión de los hechos: que un trabajador había sido “chupado” por la soja mientras trabajaba en un silo y que el dueño no había querido cortar el silo para no perder el cereal.

Esa versión luego tuvo una explicación: algunos cereales liberan polvillo que en ciertas condiciones puede resultar explosivo, y parece que este era el caso.

—Es fácil romper un silo, lo podés cortar porque es de chapa —explica Gatti—. Las chapas tienen un metro por un metro y en la vuelta hay 84 tornillos. Pero todo cereal genera polvillo, que en suspensión puede resultar explosivo. Y para cortar el silo no tenés muchas opciones: o usás una soldadora autógena, que genera fuego, o un motodisco, que genera chispa. Ponele que lo cortábamos: el nene (sic) ya estaba sin vida, nadie aguanta mucho tiempo por la presión del cereal.

Cuando Stella recibió el llamado de Paola, su hermana, avisó a su familia y todos se dirigieron a la planta de silos, a la que pudieron acceder quedándose atrás de la cinta de peligro, totalmente desinformados.

—En ningún momento vino Aramburu o un responsable a decirnos que Sebastián había tenido un accidente. Nosotros nos acercamos a Martín Aramburu, que nos preguntaba qué queríamos que haga. ¿Cómo que qué queremos que haga? Sacá a mi sobrino de ahí, y si una persona puede aguantar ahí adentro 12 horas, como él nos dijo, que meta a su hijo y que saque a Beto —recuerda Stella.

A las 8 y veinte de la noche, desde la planta, dieron la orden de sacar el cereal y depositarlo en los camiones. Alrededor de la una de la madrugada llegaron los ayudantes de fiscalía de Mercedes. Todos sabían que Sebastián estaba sin vida, pero la familia seguía sin tener noticias.

—A la una y media vino este policía que no era de acá, preguntó por familiares de Sebastián y nos dijo “bueno, las acompaño en el sentimiento”. Yo estallé de bronca y le dije “¿Cómo que nos acompaña en el sentimiento?”, y él nos respondió: “Este es mi trabajo, me pidieron que les venga a dar el pésame”.

***

Mientras las condiciones de trabajo se vuelven cada vez más precarias, las hectáreas de soja sembradas aumentan desmesuradamente. En febrero de este año, según un informe del Ministerio de Agroindustria bonaerense, la superficie de la Provincia de Buenos Aires sembrada de soja fue de 5,6 millones de hectáreas y se espera una producción de 17,5 millones de toneladas.

Perycia viajó a 9 de Julio para reconstruir la muerte de «Beto» Agüero, ahogado entre seis mil toneladas de soja en el corazón cerealero de la provincia.

Para Nora Tamagno, docente de la Cátedra de oleaginosas y cultivos regionales de la Facultad de Agronomía y Ciencias Forestales de la UNLP, esos volúmenes tan grandes de producción alteran la logística y pueden causar inconvenientes adicionales en el almacenamiento de los granos: “Generalmente, los granos llegan a los silos y hay que bajarles la humedad para que no suban temperatura, porque el silo se puede incendiar”, explica en diálogo con Perycia, y agrega: “Hay que pensar, también, que las cuestiones de seguridad laboral están muy atrasadas, y se está trabajando en condiciones de baja seguridad”.

Aunque las muertes dentro de las instalaciones de plantas de silos son completamente evitables, son también cada vez más comunes, y tienen tres motivos principales: la persona que está trabajando es engullida por el cereal, se produce una avalancha de granos que “sepulta” a los trabajadores o se genera una explosión por acumulación de polvo de cereal.

La muerte de Lucas Valle (18) en la planta de la firma Andreoli de Chivilcoy y las de Rodrigo Barrozo (23) y Baltasar Sánchez (26) en General Arenales, todos fallecidos de la misma forma que Beto, son solo algunos de los casos ocurridos durante 2018 que se conocen y que duran en los diarios locales lo mismo que dura vaciar un silo.

—El accidente era totalmente evitable habiendo capacitado correctamente al trabajador. Quizás estuviera capacitado pero no hay una política de seguridad en la empresa porque, si la hubiera, el trabajador nunca tendría que haber ingresado al silo si no estaba atado —explica Diego Santana, delegado regional de URGARA, la Unión de Recibidores de Granos y Anexos de la República Argentina.

La delegación regional de URGARA está en 9 de Julio y abarca aproximadamente 14 distritos de la zona. Actualmente se encuentran trabajando para que se denomine a las actividades agrícolas como “de riesgo”.

9 de Julio es una de las ciudades más grandes del interior de la provincia de Buenos Aires con una población de casi 48 mil personas en todo el partido según el Censo Nacional de Población de 2010. Su actividad económica principal proviene del agro. Hasta no hace mucho tiempo, un tractor incinerado durante la discusión por “la 125” daba la bienvenida a los viajeros en la rotonda de ingreso a la ciudad.

El Partido tiene entre 300 y 350 empresas dedicadas al trabajo agrícola. La cantidad de trabajadores es un promedio de 10 por empresa, es decir que hay aproximadamente 3000 trabajadores de la actividad. Algunas de las empresas son multinacionales, como Cargill y Glencore, y otras son nacionales con mecánicas internacionales, es decir, que realizan grandes escalas de producción de un solo producto para, en teoría, bajar los costos y mejorar la calidad. Estas últimas prestan mayor atención a la seguridad laboral, como la Bragadense S.A., Tomás Hnos. y Grobocopatel Hnos S. A.

La planta de Aramburu Hnos. Agropecuaria S.A se instaló a fines de los ‘80. Sus dueños, los hermanos Pedro Eugenio (homónimo del dictador, aunque sin parentesco), Eduardo y Martín Aramburu, compraron los terrenos de la Avenida Urquiza al 3000, que son atravesados por las vías del tren, actualmente concesionadas a la empresa de cargas Ferroexpreso Pampeano, con la idea de que el carguero pudiera detenerse ahí mismo para facilitar la logística. Ese permiso nunca les fue concedido.

Una inspección en la planta, posterior a la muerte de Beto, detectó anomalías que fueron marcadas por el Ministerio de Trabajo y por el responsable de seguridad de URGARA. “Se hizo la inspección laboral para que todos los trabajadores se encuadren correctamente en el sindicato que les corresponde, que es el nuestro, y no el de empleados de comercio, como era el caso de este chico —dice Santana—. Se le propuso a la empresa capacitar a los trabajadores en conocimiento adecuado del cereal. Vamos a ver qué define el ministerio. Les dio 20 días para acomodar las anomalías”.

Desde la Delegación Regional del Ministerio de Trabajo, que funciona en 9 de Julio, se negaron a dar información, argumentando telefónicamente que esos datos no eran de incumbencia de esa área. Tampoco se expresaron al respecto desde la firma Aramburu Agropecuaria S.A. y no hay confirmación de que se hayan solucionado las anomalías detectadas durante la inspección.

***

Al cumplirse una semana de la muerte de Beto, familiares y amigos organizaron una marcha para pedir justicia. La causa, caratulada como “averiguación causal de muerte” se tramita en la Unidad Fiscal de Instrucción N° 6 de Mercedes. Guillermo Berti, abogado de la familia, asegura a Perycia que es una fiscalía “buena, en cuanto a tiempo y seriedad”.

Desde lo civil, por el resarcimiento económico, la causa está encaminada. Desde lo penal, la investigación se centra en clarificar la cadena de responsabilidades: quiénes son los responsables, tanto de la planta como del área donde Beto desarrollaba su actividad como peón, si estaban en condiciones los materiales de seguridad y por qué no se utilizaban.

Un mes después del fallecimiento los familiares decidieron organizar otra marcha, pero esta vez el pedido era otro:

—Nosotros pedíamos justicia, pero el abogado nos dijo que la Justicia está respondiendo muy bien. Entonces la marcha que tenemos que hacer es para que en la empresa de los señores Aramburu tomen conciencia de lo que pasó y no haya otro Sebastián —dice Stella—. Si es realmente como él dice, que había protección, ¿por qué los dejaron entrar a los chicos así, sin protección? Que intente ser humano, porque la forma en la que él nos atendió a nosotros fue con desprecio por la vida de mi sobrino.

A la marcha del 29 de abril asistió mucha gente. Los medios de comunicación locales acompañaron a la familia y a los amigos. Caminaron en silencio desde el barrio Los Aromos, en “Ciudad Nueva”, hasta la Plaza Belgrano, en el centro de la ciudad, con banderas y remeras con la cara de Beto. Algunos carteles mostraban el pedido: “BASTA DE TRABAJADORES MUERTOS” y “ARAMBURU: TU AMBICIÓN MATÓ A SEBASTIÁN”.

Ciudad Nueva tiene una particularidad: está emplazada “del otro lado de la vía”, a donde la urbanización, las mejoras y los políticos llegan muy poco. Mientras las obras del otro lado de la ciudad crecen y el paisaje se embellece, en Ciudad Nueva lo que crece es la población y el sentimiento de identidad.

Luego de dar dos vueltas a la plaza Belgrano, el regreso al barrio también fue caminando. Cuando llegaron a la cancha de El Fortín se detuvieron un momento y escucharon por unos parlantes un rap que el Chuni, otro amigo, le compuso a Beto:

“Vivías todos los días a pura alegría, pura adrenalina/triunfar y ayudar era lo que más querías/amor y paz transmitías/sinceridad ante todo lo que decías/siempre bien de frente no tenías cobardía/siempre bien jodón y con una gran sonrisa a todos lados te dirigías/donde pisabas contagiabas tu alegría/ser feliz era parte de tus días/sean buenos sean malos/tu actitud 100 por ciento positiva/gracias por tu compañía/tus consejos llenos de sabiduría/te quiere mucha gente/ tu imagen siempre va a estar presente/en nuestros corazones y en nuestra mente/gritemos todos: el Beto está presente”.

***

La familia de Sebastián ya no piensa hacer más marchas. Lo que quiere ahora es que descanse en paz. Paola, su mamá, pasó estos meses yendo hasta dos veces por día al cementerio. Ahora, de a poco, empieza a recuperarse y se reincorporó a su trabajo en las cámaras de monitoreo de la Municipalidad de 9 de Julio.

A Stella se le hace difícil pasar por la casa donde vivía Beto o por los lugares donde solía cruzárselo. Extraña que le diga “chau, tía” cuando la veía pasar. Recuerda, entre risa y llanto, cuando le enseñó a andar en moto en una 110 y terminaron los dos caídos adentro de una cuneta.

Sus amigos le hicieron una bandera en donde lo recuerdan y la extienden cada domingo en cada partido del Club El Fortín.

—Acá en 9 de Julio todo queda en la nada —dice a Perycia “Trinche”, un amigo de Beto —. Era un tipo humilde, que trabajaba mucho para sus cosas, le gustaba andar bien vestido, íbamos todos los fines de semana a la cancha.

—Rapeaba en todos lados. Iba caminando y te comía la oreja, te iba cantando en la oreja —agrega Puchi, riéndose.

Maxi, otro de los pibes de la banda, lo recuerda muy “fortinero”:

—Beto era bueno, alegre, honesto. Lo extrañamos todos los días. Nos quedaron una banda de recuerdos, pero lo más triste es que no nos quedó él.