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Crónicas de la Justicia

Cárceles

En la sombra, un jardín

¿Quién es la zorra en el mismísimo infierno? ¿Y dónde están sus uvas?¿Cómo hablarle a un niño sin nunca haber sido niño? ¿Pueden romperse barrotes con cuentos, fábulas y crayones? Detrás de los muros del penal de máxima seguridad N° 28 de Magdalena, los hijos de los detenidos tienen su espacio para jugar, quizás como nunca antes, con sus padres presos. Una experiencia a pulmón que busca replicarse, en medio del dramático hacinamiento carcelario.

Por: Mariana Sidoti
Foto: M.S.
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Publicado 21/2/2020

El sol del mediodía sofoca a todos en el patio del SUM de la Unidad Penitenciaria N° 28 de Magdalena. Impacta de lleno en el suelo de cemento, rebota y se expande, hace transpirar las caras de los hombres presos, sus familias, sus hijos; otros detenidos y algunos agentes del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) que rondan por ahí. Es día de visita, pero no es cualquier día. Hoy miércoles, una mujer de afuera, de civil, que no pertenece a ninguno de los dos “bandos” que diariamente viven y conviven en ese enorme bloque de cemento, pasa una importante parte de la visita junto a niños y niñas que también vienen de afuera. De La Plata, Berisso o Ensenada quienes tienen suerte. Una amplia mayoría viaja desde el Conurbano profundo u otros municipios bien adentro de la panza bonaerense.

Vienen a ver a sus padres. A sus papás detenidos.

Las cárceles no están hechas para niños. Y ésta gigante construida en 1997, clasificada de máxima seguridad, donde viven un total de 1169 internos divididos en tres secciones, no es la excepción. Al viaje, que en muchos casos comienza a la madrugada, se le suma la espera en largas filas en la puerta del penal, y a eso se le agregan las requisas, un ritual que invade a la niñez con la fuerza de una bofetada. Pero después está el padre. El padre ahora presente. Y la madre, en algunos casos, o el resto de la familia, o amigos que son como familia. Un almuerzo compartido, en comunidad, sobre una de las largas mesas de madera apostadas dentro del galpón. La sobremesa. Y el taller.

Este miércoles los niños son muchos y Vanesa no da abasto. Intenta a toda costa acompañar a cada uno, darles un libro si quieren leer, leer con ellos o ayudarlos a construir un edificio de bloques. Aquellos juguetes, como todo lo dispuesto en el “Taller” -un piso de goma encastrado, un estante para libros infantiles y algunos juegos de mesa- provienen de donaciones externas, aportes del personal del SPB y hasta de las familias de los detenidos. En días así, de mucha visita, Vanesa va y viene. En una esquina ve a dos nenas que nunca antes había visto juntas. Charlan acaloradamente.

—Somos amigas nosotras— dice una cuando la ve acercarse.

—Ah, ¿ya se conocían?

—No.

—Nos acabamos de conocer.

Vanesa sonríe y se va. Las deja charlando. Quizá de muñecas, o de dibujos animados, o de sus padres detenidos. No importa: una conversación, una charla privada, en fin, una charla de amigas está teniendo lugar entre las paredes más grises y hostiles de todas. Un nuevo vínculo está naciendo. La niñez, aunque sea solo por un rato, se impone fresca y libertaria en medio de un ajado y gris penal.

 *** 

—El padre no se anima a ese vínculo. No se anima a leer, por ejemplo, pero si el chico viene con un libro es diferente. El padre no se anima nunca, y menos en este contexto. Si hasta en la calle a veces cuesta, acá es mucho peor.

El que habla es Leonardo Paci, interno de la U.28, “mediador de conocimiento” -título que le fue otorgado por el otrora ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación- e integrante de esta iniciativa que hace que cada vez más presos se sumen a los talleres de lectura del penal. También de escritura. Y lo más importante: de alfabetización. “Nuestro objetivo es que los nenes y sus familias estén pensando una actividad cultural para traer, o en hacer determinado dibujo para su papá. Es generar vínculos a través de la cultura, de la lectura, entre padre e hijo. Primero y principal, es afianzar los vínculos familiares”, explica Paci.

Él, junto a profesionales de Psicología y Educación, lleva adelante encuentros de lectura, escritura y reflexión adentro del penal. La semilla de todo eso se plantó en 2017, después de la capacitación para ser “mediadores de conocimiento”. Junto a otros internos decidieron gestionar una biblioteca móvil “de los presos y para los presos” que arrancó con 97 ejemplares y hoy supera los 1.000. Esa difusión de material en todos los pabellones -de máxima, media seguridad y “módulos”, donde viven quienes gozan de menos restricciones- acercó a los detenidos a autores como José Hernández, Maze Runner, James Dashner, Jorge Luis Borges y el infaltable Antoine de Saint-Exupéry.

“Son todos libros de lectura, no de consulta: no hay manuales. Al recorrer los pabellones todos los días obviamente vas charlando, y así empezamos a escuchar a la gente y vimos que había una demanda”, explica Paci. Esa demanda, como es lógico, no podía ser saldada sin la anuencia y aprobación del SPB. Mariano Del Nero, coordinador de Educación en la unidad, acompañó el proceso de los talleres y en el camino comenzó a plantearse, también, la necesidad de contar con espacios más agradables para recibir a los cientos de niños y niñas que llegaban de visita día a día.

“Charlando con compañeros de trabajo, entre ellos Leonardo, surgió esa observación: estos nenes vienen a una cárcel, que ya de por sí es un hecho traumático. Por eso al principio intentamos alcanzarles algún libro para que se entretengan, y después surgió hacer el proyecto. Se lo propusimos a las autoridades del complejo y nos dieron vía libre”, cuenta Del Nero. Y asegura que “la educación, la cultura y los deportes sirven para la transformación de la persona. Este proyecto también iba a repercutir a modo de prevención de la violencia en cárceles: si a uno le gritan, obviamente va a reaccionar distinto que si le hablan bien. Hay que tener esa sensibilidad. Y más con un tema tan importante como es la niñez”, asegura. Con muchas ideas, material didáctico y la voluntad sobre la mesa, solo faltaba una mano ejecutora. “Y en ese momento apareció Vanesa. Se sumó al proyecto como la pieza que faltaba”, dice Del Nero, mientras la mira.

Vanesa Carbajal es profesora en Comunicación Social (UNLP) y diplomada en Pedagogía en Contexto de Encierro (UNSAM). Mientras cursaba la diplomatura sintió la necesidad de “hacer algo concreto” con toda aquella teoría que estaba recibiendo. “Tenía que hacer un trabajo final que era abierto, era diseñar cualquier propuesta pedagógica en contexto de encierro. Vivo en Punta Indio y siempre pasaba por acá, veía este lugar y pensaba: no puede ser, estoy acá nomás. Siempre tuve el deseo de hacer algo, pero no sabía qué ni cómo”, cuenta. Un día, en mayo de 2019, consiguió el contacto de Claudia Giménez, coordinadora de Cultura del complejo penitenciario de Magdalena que además incluye los penales N° 35, 36 y 51. “Cuando le escribí, ella me contestó: ‘Es como si hubieses escuchado una charla que tuvimos con compañeros hace dos días’. Obviamente me dijo que sí, y me ofrecieron arrancar en este penal ya que es el que más visitas recibe y donde también estaban los Mediadores de conocimiento”, dice Vanesa. La 28 era la única unidad que contaba con una base de actividades culturales e intelectuales que funcionaban como cimiento para una propuesta como esa: trabajar con los hijos de los presos y hacer de la visita un momento más humano, más digno y más enriquecedor para todos.

Un hombre de 45 años lee de a sílabas. Corta las palabras con tajos de silencio que hacen que su rostro se tiña de rosa, un rosa vergüenza que sus compañeros tratan de apaciguar. “Dale que venís bien”, le dicen, y cuando alguno osa interrumpir, lo dejan en evidencia: “Che, callate que está leyendo el compañero”. Durante la apertura del taller de Lectura se presentaron los objetivos. Cada uno de los que está sentado en esta aula debió contar cuáles eran sus motivos para querer leer, qué buscaba en los libros, qué pretendía. El hombre que siente vergüenza por su lengua trabada, que por entonces apenas sabía identificar algunas letras, se sinceró con sus pares y escupió: “Quiero poder leer mejor que mi hija de seis años”.

“Una problemática terrible que tenemos acá es que más de la mitad de los internos no tuvieron infancia”, dice Paci convencido. Él vivió otra realidad y es bien consciente de eso. “Te ponés a charlar y hablás de algo que para el resto de la sociedad es tan básico como la Cenicienta, y te miran con una cara… porque no tienen idea de quién es. O por ahí decís: ‘Estás como la zorra y las uvas’, y te dicen ‘¿Qué zorra? ¿me estás diciendo zorra?’”, se ríe. Los derechos de la niñez, explicitados en la ONU y ninguneados por el Estado argentino y tantos otros estados, no fueron siquiera una teoría en las vidas de la gran mayoría de los presos. “Les faltó salud, educación, alimentación, diversión”, enumera Paci. Según él, durante las visitas muy pocos de sus compañeros tratan a sus hijos como niños. “No les hablan como chicos porque ellos mismos nunca lo fueron”, asegura.

La lectura, en ese sentido, se yergue como una deuda saldada y a la vez como una posibilidad. “Esto te transforma desde el alma, acá hemos visto resultados que dan cuenta de eso. La lectura no te hace pensar en lo que estás haciendo, hace que te replantees tu vida, tus valores. Un trabajo no hace eso. El trabajo tiene que ver con el dinero, y esto tiene que ver con los valores. El trabajo es material, y la lectura espiritual, del pensamiento. Siempre tiene que ver con los pensamientos”, asegura Paci. Y resalta otro factor importante de los talleres de lectura: que amplía el vocabulario más allá de los códigos de la cárcel. “El lenguaje tumbero es como hablar en italiano y acá estás en Italia: tenés que hablar, porque tenés que entender. Si te dicen ‘haceme una astilla’ no vas a agarrar una silla y romperla, le vas a convidar un poco de lo que tenés. Pero al leer y reflexionar con la lectura, vuelven (o directamente empiezan) a tener otro vocabulario”, advierte.

Cambiar modos de vida nunca es fácil y menos adentro de un penal. La bienvenida a una cárcel nunca incluye libros, reflexiones ni sentimientos. Por el contrario, para la opinión pública el deber superior de los presos puede reducirse a una sola cosa: trabajar. Los estudios primarios y secundarios tampoco parecen ser una prioridad a la hora de pensar políticas “tratamentales” (las unidades penitenciarias, que afrontan una severa falta de profesionales de salud mental, ponderan al estudio, la lectura y el trabajo como prácticas tratamentales). Pese a esta demanda social, según datos del SPB, solo un 11% de los internos tiene trabajo, mientras que el 21,5% cursa la escuela primaria (que además tiene lista de espera) y un 14,3% la secundaria. Sin embargo el 51,66% de los internos es usuario de la Biblioteca Móvil del proyecto Mediadores de Conocimiento. Esa amplia diferencia hizo que Paci y sus compañeros pensaran en ampliar el proyecto y así surgió “Grupo Fénix”, un proyecto que pretende trascender las rejas y brindar talleres, charlas y jornadas de prevención de la violencia en distintos barrios de La Plata. Su lema es una afirmación a base de la experiencia: “La lectura nos invade a todos y nos transforma desde el alma”. Pero no solo buscan fomentar la lectura; también (y sobre todo) fortificar los vínculos familiares: romper poco a poco esa espiral de violencia que todavía muchos se empeñan en llamar destino.

La visita es un espacio sagrado. Los vínculos dentro de ella, hasta hace apenas unos meses, eran íntegramente gestionados por los detenidos y sus familias, y eso implicaba algunos límites. Los límites eran como muros: berretines, broncas, rencores de antaño; enemistades entre internos que invariablemente tocaban como un coletazo a cientos de niños y niñas que poco o nada tenían que ver con esas historias. “Los chicos no tienen prejuicios”, sostiene Paci; y el taller que encabeza Vanesa demuestra que mucho menos les molesta jugar, compartir una lectura o un rato de charla con el hijo de alguien a quien su papá desprecia. “Primero Leo habló con los chicos que están en la visita, y de ahí fuimos pensando en conjunto. Acordamos que el taller sea después de almorzar, porque ahí los niños ya están más relajados y empieza a bajar la energía”, sonríe Vanesa. Y destaca que “todo fue ad honorem, todo se donó”. Eso incluye también su experiencia y su tiempo.

Antes de arrancar hubo un miedo: la irrupción de “la mujer” en la visita, el único momento donde los detenidos suelen verse cara a cara con sus parejas y/o madres de los niños. “Un poco de miedo había, hay que decirlo como es”, apunta ella, y Leonardo añade que en la cárcel “hay leyes que no se pueden tocar”. Sin embargo, pese a todo esto, “la recepción fue magnífica: el miércoles pasado una mamá se acercó y me contó que tenía una bolsa de juguetes para traer, si no había problema. De hecho, en general las mujeres son las que más se acercan, porque son las que más contacto con sus hijos tienen. El chiquito por ahí no quiere estar con el papá, quiere estar con la mamá, quiere que la mamá lo acompañe al espacio infantil. Es una situación dura para el padre, que por ahí quiere hacer mil cosas para captar su atención. Por suerte, este es un espacio que se comparte con mamás y papás”, dice Vanesa emocionada. Sabe que el pequeño taller que brinda los miércoles hizo que muchos papás dejaran de tener como única actividad familiar patear una pelota contra el muro de concreto. Y que aún aquellos que todavía no pueden leer de corrido logran compartir con sus hijos una lectura que ellos nunca recibieron. Eso, en muchos niveles, resulta invaluable.

De izquierda a derecha, Mariano Del Nero, Vanesa Carbajal y Leonardo Paci

“De repente la visita implica seis horas ahí adentro con un hijo que no ven en el cotidiano, y por más que haya amor es difícil la conexión. Re difícil”, advierte la docente. Para Mariano, que hace 16 años trabaja en el SPB y hace 4 en Educación de la U28, la misión es que el taller se replique en el resto de las unidades. “Hay que destacar que Vanesa viene ad honorem y que lo que hace es un trabajo social. Acá adentro y afuera, por lo que se llevan el niño y su familia. Esto trasciende los muros”, dice esperanzado.

Después de todo, sin presupuesto ni acompañamiento concreto del Estado y con apenas una vuelta de tuerca en la visita se logró que muchos internos comenzaran a interesarse en la lectura y hasta en la educación formal. “Y ya estamos arrancando un taller de lectura infantil pero para grandes, como disparador del problema de la niñez”, se apura a contar Leonardo.

Quienes deseen colaborar con las actividades para niños y niñas en la visita, pueden hacerlo donando lápices, pinturas, libros, juegos de mesa y juguetes de todo tipo, siempre en excelente estado.
Comunicarse con la dirección de Cultura del penal de Magdalena: 221-620-8928