social social social social social
Crónicas de la Justicia

Ley de adopción

Infancias en tránsito

En la provincia de Buenos Aires el 90% de los niños y niñas que no pueden vivir con sus familias biológicas y temporalmente son derivados  al cuidado de otras están en esta situación más tiempo del que propone la Ley. Perycia recoge el testimonio de quienes lxs dan amor y lxs cuidan hasta tanto regresan con sus familias de origen o una nueva lxs adopta.

Por: Marcela Vazquez
imagen destacada

Publicada el 26/11/2021

Para proteger el derecho a la privacidad y a la intimidad, en esta nota los nombres de la familias de tránsito son ficticios. 

Mirta tiene 71 años, vive en General Pacheco, en la provincia de Buenos Aires, y es jubilada docente. Actualmente tiene a su cuidado a una beba de siete meses. “Como si supiera que soy una señora mayor, casi no me pide brazos y prefiere dormirse en la cuna”. Una cuna blanca, enorme, “como de las películas”, que un médico le regaló cuando supo que iba a empezar a cuidar a bebés antes de que una familia los adopte. Mirta ubicó la cuna pegada a su cama, sin la baranda de su lado, “un colecho disimulado”, dice y sonríe. 

No tiene hijos, tampoco se casó, simplemente porque no se dio. Fue maestra durante cuarenta años, y mientras aún trabajaba supo del Vallecito de la Guadalupe, una asociación civil que a través de un convenio con el Organismo Provincial de la Niñez y Adolescencia acompaña a familias que alojan temporalmente a niños, niñas y adolescentes que por distintas circunstancias no pueden vivir con su familia biológica. Conoció la tarea de la ONG porque una colega llevó a un bebé que tenía en tránsito al colegio, y entonces se dijo: “Quiero esto. Pero no como un acto egoísta, no es cuestión que por no haber tenido hijos quisiera ver cómo es, lo hago por ellos”. También se cuestionó por qué no empezó antes, el tiempo perdido.

La beba que está ahora a su cuidado vive con ella desde que tenía cuatro días. Hace un tiempo, llamaron a Mirta desde un juzgado de Familia de San Martín para que les cuente cómo es la beba porque comenzaron a entrevistar a aspirantes para su adopción. Y ella se está preparando para ese momento. “Todos mis hijos de tránsito que se fueron tienen una mamá y un papá o sólo una mamá que los van a amar toda la vida, ellos querían ser padres de un niño que no los tuviera, eso es de gran valor”, dice.

Los niños que pasan por su casa de paredes bermellón y farolitos negros, ubicada dentro de una quinta enorme, crecen rodeados de naturaleza. Tras las rejas del cuarto, las hojas de los helechos parecen lanzas queriendo ganar terreno. En el parque, donde también se encuentra la casa de su hermana y la familia, hay árboles frondosos, rosas blancas y una mesita de madera con suculentas. Su perro Capitán duerme tendido bajo el sol al lado del cochecito. La beba lo mira y sonríe.   

Acompañar a quienes cuidan

En el programa Familias de la Guadalupe quienes acogen durante un tiempo a un niño o a una niña que se encuentra en una situación de riesgo o desamparo se reúnen una vez por mes para intercambiar vivencias e invitan a participar a aquellas familias interesadas en sumarse a la propuesta —durante la pandemia por el COVID-19 lo hicieron de forma virtual—. Gabriela Guzmán, socia fundadora de El Vallecito y coordinadora de este espacio, considera que estos encuentros son importantes para que quienes estén interesados en ser familias de tránsito puedan informarse y escuchar los testimonios de quienes ya participan del programa. Además aclara que no hay un registro formal que nuclee a las familias de acogimiento y explica que si bien estas medidas de protección no deberían durar más de seis meses «en el 90% de los casos ese plazo no se cumple».

Entrevistada por Perycia, la ex jueza de familia de Lomas de Zamora, Alicia Taliercio, refuerza la apreciación de Guzmán: “Yo he visto niños llorando y estirando los brazos a su familia de tránsito que no querían ir con los padres adoptivos por el tiempo que había pasado”. La exmagistrada considera que es en el servicio zonal y en los servicios locales (en cada municipio) donde el sistema empieza a fallar.

“Nosotros confiamos en esas familias que voluntariamente se ofrecen en una misión de dar amor a la vida de los bebés en su época más frágil, hasta que se resuelva su situación judicial”, afirma Guzmán.  Ella reconoce que en Argentina las áreas a cargo de la protección de los derechos de los niños, niñas y adolescentes no siempre los garantizan: «Somos la cara visible de este sistema que a veces no funciona, pero las familias de acogimiento saben que vamos a ir hasta las últimas consecuencias para defender los derechos de los niños”. 

Ramona

“Mirta para mí es una referente, es un poco la que —con Ezequiel, mi esposo― nos impulsó”, cuenta Ramona, 51 años, de Haedo, azafata de Aerolíneas Argentinas. Su hijo Mauro a los cinco meses tuvo un accidente doméstico que lo dejó al borde de la muerte, pero sobrevivió. Ella, en forma de agradecimiento, cuenta: “Le pregunté a Dios por dónde ir”. A través de un mensaje de Whatsapp que le llegó, se comunicó con el Vallecito y luego de varias reuniones y de hablarlo en familia ingresó al programa.

Su hija mayor, que en ese momento tenía trece años, no estaba muy convencida y le preguntó:

—Pero, ¿qué va a ser nuestro? Si me preguntan, ¿qué les digo?

—Después puede ser nuestro hermanito—, dijo Mauro, su hijo más chico.

Ramona tuvo que explicarles que ese bebé iba a estar con ellos, que lo iban a atender y a cuidar, pero que no se quedaría para siempre, que cuando fuera el tiempo sus padres lo irían a buscar. Que al momento de su partida iban a sufrir, a llorar y lo iban a extrañar, pero que valdría la pena. Y llegó la primera nena en tránsito, con veinticinco días.

A los nueve meses, le hablaron del juzgado acerca de los padres adoptivos. Ella empezó a contarle que sus padres iban a llegar y le dijo sus nombres. Esa pareja había esperado diez años ese momento. Entraron a la casa, su nuevo papá le estiró los brazos y le dijo a la beba: “Venga mi princesa”. Fue amor a primera vista. La nena miró a Ramona como pidiendo permiso, y le estiró los brazos. 

“Fue mágico, nunca iba a los brazos de nadie salvo los nuestros, si la quería agarrar otra persona lloraba a los gritos. Con su papá adoptivo no fue así. Con él se quedó tranquila. Y luego la alzó la mamá”.

«Bueno, que rote de familia»

Para participar del programa, las familias deben someterse a una serie de entrevistas psicológicas y a estudios socioambientales y aportar certificados de antecedentes penales y el negativo de la nómina de deudores alimentarios. Finalmente, son entrevistadas por el servicio zonal de Niñez y Adolescencia y firman una declaración jurada de que no se encuentran en el listado de aspirantes de adopción.

En una oportunidad, recuerda Guzmán, un director provincial le pidió a la ONG que le saque el bebé a una familia de tránsito porque hacía bastante tiempo que estaba con ellos: “Bueno, que rote de familia”, les dijo. “Yo me opuse, eso no lo hacemos ni con un perrito y le dije que si me obligaba llamaría a todos los medios, que me importaba tres carajos”.

Con veinticuatro años de experiencia en el Poder judicial, Taliercio, señala que años atrás la práctica de rotación de los niños era habitual. “Los hogares de tránsito son personas en su mayoría de 45 a 50 años para arriba, que ya tienen sus propios hijos grandes, muy buenas personas, pero el sistema es perverso porque cada seis meses el bebé debería cambiar de familia”.  

«Esto lo he discutido en distintos ámbitos —comenta—, no se puede poner un chip al niño y decirle no te encariñes». Recuerda el momento en el que un nene de seis años le agarró la ropa y haciendo montoncito con la mano le dijo: «Che, jueza, a estos sí les puedo decir papá y mamá». Para ella, dice, fue una daga en el corazón. “La Convención de los Derechos del Niño en estos casos no se cumple, no se prioriza el interés superior del niño”.

Taliercio impulsa un proyecto para no afectar la emoción y la vulnerabilidad de los menores: «Lo ideal —dice la ex jueza—es que cuando se tomen medidas de abrigo los niños puedan estar con las personas que están anotadas en el Registro Único de Aspirantes para Adopción (RUA), a quienes se les explicaría que si se da el caso los menores pueden volver con su familia de origen o de lo contrario quedarían en situación de adoptabilidad con ellos».

Foto: gentiliza de El Vallecito de la Guadalupe

Los servicios locales y zonales

Hay situaciones que justifican la demora, precisa Guzmán y remarca que hay resoluciones judiciales que deben ser analizadas en forma pormenorizada, pero otras veces influye la precarización laboral que sufren las personas que trabajan en Niñez, el cúmulo de trabajo y la rotación que se hace del personal, porque si el expediente pasa a nuevas manos es como empezar de cero.  

Las guardas provisorias y los trámites de adopción tramitan en los juzgados de Familia; pero los expedientes administrativos para las medidas de abrigo se inician en los servicios locales y luego pasan a tribunales. «En el servicio local hay gente poco preparada, que no tiene los elementos necesarios para hacer el trabajo ni la paga, por lo cual casi nunca se cumple con el plazo de ciento ochenta días que marca la ley», dice Taliercio. Cuando habla de elementos necesarios se refiere no solo a la preparación sino a una computadora, una impresora, un teléfono, a un equipo psicotécnico o médico. “La paga es tan magra que muchos lo usan como trampolín para otros puestos, no es que sean malas personas, pero con lo que le pagan no pueden vivir”, dice la magistrada recientemente jubilada.  

La ex jueza recuerda que una vez le subió la presión cuando vio que en un expediente después de noventa días no había ningún avance y cuando pidió una explicación desde el servicio local le dijeron que “no sabían nada, que eran nuevos”. “La ley es noble, pero ineficiente, porque no se cumple, y no se cumple porque no está la persona preparada ni con una buena paga, mientras esto no se revierta, vamos a seguir así”, concluye.

Mariela

Cuando nació, S. estuvo un tiempo internado y después, cuando su salud mejoró, vivió junto a la familia de tránsito de Ramona y cada vez que ella debía volar lo dejaba al cuidado de Mariela, su amiga. A los tres meses, en marzo de 2018, Ezequiel, el esposo de Ramona, murió mientras ayudaba a apagar el incendio de la casa de un vecino. El estado anímico de Ramona, que también resultó herida, no le permitió continuar dedicándose al bebé, entonces Mariela lo cuidó hasta que cumplió ocho meses, cuando fue entregado a su abuela biológica.

El tránsito en la casa de Mariela culminó en junio de 2018, cuando el juzgado resolvió que el bebé debía vivir con su abuela materna y su tío que ya tenían a su cuidado a la hermanita de S., un año y medio mayor. Mariela, a partir de entonces, decidió no continuar en el programa: “Nunca más. Sufrí mucho cuando dejé de verlo”. No quería volver a pasar por lo mismo. Ella es docente jubilada y recuerda cuando lo llevaba a la escuela y la ayudaban a cuidarlo. La mataba que le pregunten por él después de haberlo entregado. La partida de S. coincidió con el momento de su retiro, y tuvo que vivir dos duelos juntos. 

“La justicia es una porquería. Nos dijeron que su familia no nos quería conocer, y a ellos les dijeron que no podían seguir con el vínculo porque el nene no se iba a adaptar más”, lamenta. Ella y Ramona entregaron un cuaderno que se fue junto con S., allí habían escrito sobre sus progresos y también anotaron sus números de teléfono. La abuela estaba muy enferma, tenía problemas en sus riñones y debía dializarse tres veces por semana. En abril de 2019, se encontraba muy mal de salud y por consejo de su doctora, las contactó para pedirles ayuda. 

El nene y la hermanita empezaron a ir seguido a la casa de Mariela. La abuela al año siguiente falleció. Su tío, que vive en el barrio Ejército de los Andes, conocido como Fuerte Apache, en la misma casa en la que vivían con la abuela, está a más o menos treinta cuadras del domicilio de Mariela y su familia. Él también le pidió ayuda. Solo no podía con ellos.

Los niños tienen ahora cinco y tres años. Mariela los ayuda a conectarse al zoom del jardín y hacen juntos la tarea. En la terraza tienen una calesita, un tobogán, y cuando no hay mucha gente en la plaza, los lleva a jugar. También juegan con Suleiman, el perro de la casa que tiene el nombre del sultán de una novela turca. «Su abuela, que está en el cielo, es ‘mamá Rosa’, su tío es ‘papá’, yo soy simplemente ‘Mari’», cuenta. 

En los casos de adopción, después de estar con una familia de tránsito, las vinculaciones con los padres adoptivos son de veinte días más o menos, hasta lograr la adaptación, las que, según los testimonios recolectados, se dan en forma natural. Y, conforme surge de la investigación realizada, las familias de tránsito y las adoptivas siguen teniendo vínculo y comparten los momentos trascendentales del niño. Es que las familias de tránsito forman parte de la historia del bebé y llegaron para cambiar sus vidas.